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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un catalizador para el automóvil

El sector del automóvil se debate entre un presente incierto y un futuro prometedor marcado por el desarrollo de coches híbridos y eléctricos. En el salón de Fráncfort se han percibido ambos mensajes, aunque lo que más ha transcendido es el temor a que el fin de las subvenciones públicas desencadene un nuevo descalabro en las ventas. La feria está mostrado, sin embargo, un dinamismo tecnológico esperanzador, con la presentación de modelos eléctricos por casi todos los grandes fabricantes. Las ayudas de los Gobiernos comunitarios, que abogan por el transporte limpio, están favoreciendo estos nuevos motores. Pero incluso si se descuenta el poderoso atractivo de las subvenciones, parece que la apuesta de las marcas por este cambio revolucionario es sólida.

Tiene lógica. Los motores de explosión empiezan a dar síntomas de agotamiento con un petróleo cada vez más caro. Así, el futuro estará marcado por coches movidos con otras energías y también por una industria recompuesta. La recesión ha hecho tambalearse aún más a los gigantes de Detroit, y ha certificado el fracaso de su apuesta por modelos grandes y más contaminantes. Por contra, los europeos deben cobrar más poder en este nuevo escenario, en el que los japoneses parecen estar ganando por ahora la partida.

Esta recomposición ha probado que la estructura del sector en España tiene serios inconvenientes. Haberse quedado en el papel de simple montador de vehículos ha provocado que el país tenga una capacidad de influencia sobre las matrices muy limitada. Así se ha demostrado en la venta de Opel a Magna, aparentemente la peor opción para la factoría de Figueruelas. El Gobierno no ha negociado bien, enfrascado en la ingenuidad de que General Motors sopesaría los criterios técnicos más que los políticos. Y Alemania está haciendo valer su poder. Pero se trata de pensar en el mejor futuro para el sector en España. Por ello sorprenden más duras críticas a Magna del ministro de Industria, Miguel Sebastián. El grupo canadiense es el nuevo propietario de Opel, y por tanto de la factoría aragonesa, y lo que procede es negociar la mejor opción para la planta española, tanto en empleo como en producción. Todo, menos perder los nervios y anular la capacidad negociadora.

Se deben poner las bases para que la industria española esté bien situada ante la revolución tecnológica y de nuevos servicios que llega de la mano del coche eléctrico, porque se abren importantes posibilidades de negocio más allá de la producción de automóviles. España no puede resignarse a ir de comparsa en un sector que se está reinventado, y sí apostar por la investigación para generar empleos con valor añadido y asegurarse centros de decisión. El Ejecutivo ya ha aprobado un plan en este sentido. El camino ahora es reforzar esa apuesta y actuar de catalizador de inversiones orientadas a asegurar el futuro del sector.

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