Barroso se sucede a sí mismo sin entusiasmo
José Manuel Barroso parece llamado a convertirse hoy en el segundo presidente de la Comisión Europea que logra el visto bueno para seguir otro lustro al frente del complejo organismo comunitario. Hasta ahora, sólo su legendario predecesor Jacques Delors había conseguido un segundo mandato. Pero los paralelismos entre Delors y Barroso probablemente no pasan de ahí.
A juzgar por el debate celebrado ayer en el Parlamento Europeo (PE), Barroso no suscita el entusiasmo de ningún grupo político, más allá de su propio Partido Popular o los conservadores euroescépticos agrupados en torno a los tories británicos.
La candidatura del ex primer ministro portugués, aprobada en junio por unanimidad por los 27 Gobiernos de la UE, obtendrá hoy en Estrasburgo, previsiblemente, la mayoría simple que necesita para poner en marcha una nueva Comisión, pero ayer escuchó muchos reproches, pocos halagos y un suspiro tácito de resignación ante su inevitable continuidad.
Hasta el mismo Barroso pareció contagiarse de la falta de entusiasmo al final del debate. "Si me comparan con sus candidatos ideales, siempre saldré perdiendo", concedió. Pero apeló al pragmatismo siempre necesario en Europa y recordó que, de todos los nombres que han sonado, él ha sido el único que ha recabado el consenso necesario para presentar su candidatura.
En aras de ese consenso, el presidente saliente y entrante de la Comisión pasó de puntillas por la crisis financiera, una debacle a la que, según sus críticos, ha contribuido la laxitud reglamentaria defendida por la Comisión Barroso I.
El candidato prefirió centrarse en propuestas sociales, laborales y medioambientales que le permitan captar los votos del grupo liberal y los de algunos socialistas, en concreto, los españoles.
El portugués aceptó la necesidad de someter los proyectos legislativos de la Comisión a un "estudio de impacto social" similar al de impacto económico que ha aplicado durante los últimos cinco años. Y de manera significativa, anunció su intención de estrenar el nuevo test con la llamada directiva de tiempo de trabajo, una ley que Bruselas intentó sin éxito reformar la legislatura pasada para permitir en toda Europa la semana laboral de 72 horas que se aplica en el Reino Unido.
Barroso también se compromete a presentar un proyecto de Reglamento para delimitar de manera más clara la legislación sobre trabajadores desplazados y evitar así el riesgo de dumping social o de explotación abusiva de las diferencias salariales entre los diferentes países de la UE.
A los liberales parece ofrecerles el nombramiento de un Comisario de Justicia, Derechos Fundamentales y Libertades Civiles, tras un lustro de prioridad a la supuesta seguridad en detrimento de la transparencia o la privacidad. Durante el primer mandato de Barroso se llegó a aprobar un reglamento (el de los líquidos permitidos a los pasajeros de avión) cuyo contenido era, en parte, secreto. El Tribunal de la UE declaró ilegal ese disparate legislativo.
La nueva Comisión también contará con titulares de Interior, de Emigración y de Cambio climático. El futuro presidente, en cambio, no precisó la estructura del área económica, donde previsiblemente ganarán preeminencia los mercados financieros y en la que el actual representante español, Joaquín Almunia, podría emerger como una de las figuras dominantes.
A pesar de las concesiones, el líder de los socialistas, Martin Schulz, advirtió al candidato que "visto lo que ha presentado, usted no tiene el apoyo de mi grupo". Y el presidente de los liberales, Guy Verhofstadt, le precisó que "nuestro apoyo es condicional".
Ambos grupos le recordaron a Barroso que, una vez formada la Comisión, deberá ganarse de nuevo la confianza del Parlamento. Y entonces, si los irlandeses han aprobado el Tratado de Lisboa en el referéndum del 2 de octubre, el portugués y su equipo necesitarán una mayoría cualificada para seguir adelante.
Pero esa amenaza no parece demasiado seria. Salvo que el reparto de carteras en la Comisión disguste a los grandes países, no parece probable que el Parlamento se atreva a desbaratar el laborioso encaje que supone la reorganización del organismo. En todo caso, la continuidad de Barroso correría más peligro si Irlanda votara que No por segunda vez y el consiguiente cataclismo político desencadenara una renovación total de la cúpula comunitaria.