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Tribuna
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Migrantes y refugiados: ¿qué respuesta europea?

La inmigración y el asilo suelen movilizar a los ciudadanos europeos. El hecho de situar en primera línea estas cuestiones, implica tres riesgos necesarios de evitar a toda costa. El primero es el de una visión negativa de los flujos migratorios, acentuada por un contexto de crisis económica que puede provocar un fenómeno de repliegue sobre nosotros mismos o, incluso, conductas xenófobas. Tenemos necesidad de la inmigración para evitar un "choque demográfico" en Europa que ponga en peligro nuestras economías y sistemas de protección social. El segundo riesgo es el de una confusión entre inmigración y asilo, que se ha hecho mayor por el carácter compuesto de los flujos de emigrantes. Ahora bien, el emigrante económico no es el refugiado que huye de su país amenazado por las guerras o por el terror en contra de las minorías. El tercer riesgo es creer que la gestión de los flujos migratorios y del derecho de asilo puede solucionarse a escala nacional, sin una coordinación europea. Esta fragmentación de las políticas migratorias es algo absurdo en el espacio sin fronteras de Schengen.

Para conjurar estos tres riesgos, la Unión inició una política común hace diez años que comienza hoy a dar sus frutos. No tenemos suficiente conciencia del avance que supone el "Pacto Europeo para la Inmigración y el Asilo", adoptado bajo la presidencia francesa. Los 27 Estados están ligados ahora por principios comunes. ¡Y se trata de pasar del pacto a los hechos! Dedico a ello toda mi energía, presentando propuestas legislativas, para construir el edificio de una política europea de inmigración y de asilo solidaria y responsable. La solidaridad europea debe ser doble: solidaridad frente a los refugiados, cuyas condiciones de acogida deben mejorar con independencia del Estado miembro en el que soliciten asilo, y que deben disfrutar a largo plazo de un único procedimiento.

Solidaridad entre los Estados miembros: hay que insuflar aire a ciertos países que, por su posición geográfica, se ven asfixiados por las migraciones. En Malta, 400.000 habitantes, aumentaron las solicitantes de asilo un 100% de 2007 a 2008, con 9 solicitudes por 1.000 habitantes, mientras que la media europea es de 0,5. He propuesto la revisión del Reglamento de Dublín, para que cualquier solicitante de asilo pueda hacer valer su derecho en otro Estado miembro distinto del primer país de acogida, si este Estado se ve desbordado por las solicitudes y no tiene ya la capacidad de tramitarlas debidamente.

Ahora bien, numerosos Estados miembros son reticentes a esta revisión legislativa, respaldada firmemente por el Parlamento Europeo. Con todo, es esencial reflexionar sobre un programa voluntario de distribución equilibrada de refugiados en Europa. Esta solidaridad debe acompañarse de un espíritu de responsabilidad en la gestión de los flujos migratorios. Esta responsabilidad impone asimismo a Europa, así como a los países de origen y de tránsito una verdadera gestión concertada.

Gestión concertada de las migraciones irregulares, que pasa por una lucha resuelta contra las bandas delictivas de pasadores de fronteras que explotan el desamparo humano, por una mayor vigilancia de las fronteras mediante una potenciación de nuestra agencia Frontex y por el aumento de los acuerdos de readmisión que impliquen un regreso digno. La inmigración irregular debilita la integración de los inmigrantes legales, en relación con la cual Europa tiene aún mucho camino por recorrer. Pero hay que combatirla, sobre todo, por los terribles dramas humanos que lleva consigo. Desde 2002, al menos 4.000 personas perdieron la vida al intentar cruzar el Mediterráneo en embarcaciones improvisadas. Debemos establecer urgentemente un diálogo con los países del África del Este y el África del Norte de donde proceden y transitan una gran mayoría de emigrantes. Se considera que cerca de 2 millones de candidatos, dispuestos a emprender viaje, se encuentran actualmente en Libia.

Una política migratoria responsable implica también una gestión concertada de la inmigración regular entre la Unión y terceros países, que debe ser beneficiosa para ambas partes. La política europea de inmigración y asilo requiere un diálogo sin precedentes con terceros países, los cuales deben tomar conciencia no sólo de que Europa no puede abrir sus brazos a todos, sino también de que, sobre todo, la pérdida de su riqueza humana los condenará a ellos mismos a largo plazo en un mundo globalizado. Los europeos deben también reclamar una responsabilidad compartida con los países de origen y de tránsito. Esta política implica obviamente vincular la ayuda al desarrollo con la gestión concertada de los flujos migratorios. ¡He aquí donde se encuentra la verdadera condición de una respuesta humana y eficaz ante la amplificación de los flujos migratorios, principal reto del siglo XXI!

Jacques Barrot. Vicepresidente de la CE y comisario europeo de Justicia, Libertad y Seguridad

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