Barroso deja la Comisión al borde de la irrelevancia
Faltan menos de 100 días para que expire (el 31 de octubre) el primer mandato de José Manuel Durão Barroso como presidente de la Comisión Europea. Y mientras el Parlamento Europeo deshoja la margarita de su posible reelección (podría someterla a votación en septiembre), los analistas de la actividad comunitaria hacen balance sobre el primer lustro del portugués.
El denominador común de esos balances parece indicar que tras cuatro años de parsimonia legislativa y uno de desorientación frente a la crisis, la Comisión Europea que a partir de noviembre liderará Barroso o su sucesor se encuentra al borde de la irrelevancia política para el continente.
El organismo comunitario ha perdido su condición de motor de la integración europea y parece el más dañado por el deterioro del frágil equilibrio institucional (Comisión-Consejo-Parlamento) que sostiene la Unión Europea.
Ninguno de esos males es achacable total o exclusivamente al antiguo primer ministro portugués. Ya se habían manifestado antes de su llegada a Bruselas a mediados de 2004 y probablemente le sobrevivirán. Pero la falta de liderazgo de Barroso parece haber agravado los problemas en lugar de atajarlos.
"Hace mucho tiempo que la Comisión ha renunciado a su derecho de iniciativa", reconoce un veterano político comunitario. "Pero no lo ha hecho por voluntad propia, sino porque le ha obligado el creciente poder intergubernamental", aclaran las mismas fuentes. Antonio Missiroli, investigador del gabinete de estudios European Policy Centre, tampoco cree se pueda responsabilizar a Barroso del lamentable estado del club comunitario. "Es difícil negar que la Unión ha recibido varios golpes en los últimos años y que la propia Comisión ha perdido terreno en el juego interinstitucional", escribe Missiroli en uno de sus recientes análisis.
Pero añade que tampoco se puede negar que "el presidente Barroso y sus colegas han hecho todo lo posible para rentabilizar al máximo sus pobres bazas".
El propio Barroso descubrió sus cartas cuando en su primera rueda de prensa como presidente electo de la Comisión subrayó su voluntad de trabajar "con" los Estados miembros, no contra ellos. Lógico. Pero en el morse comunitario se tradujo de inmediato como el anuncio de una Comisión sometida al arbitrio de las capitales. Y los hechos no parecen haber desmentido esa impresión.
Con un perfil bajo, tirando a sumiso, y un pragmatismo reversible como el ala de un windsurf, Barroso ha sobrevivido cuatro años a rebufo de la presidencia de turno del Consejo.
A pesar de sus aparatosas declaraciones, el portugués ha acabado siempre aceptando, y celebrando, los acuerdos impuestos desde Londres, París o Berlín. Con su aquiescencia se recortó el presupuesto comunitario (por debajo del 1%) o se enterró la Constitución europea. Y bajo su mandato se frenó la legislación relativa a los mercados financieros, sólo recuperada a trompicones cuando la debacle financiera puso de manifiesto varios agujeros legales. El mismo frenazo esperaba a la legislación medioambiental, aunque en ese terreno la conversión le llegó a Barroso de la mano de su mentor Tony Blair y del informe auspiciado por el ex primer ministro británico y firmado por Nicholas Stern.
Con todo, la principal crítica a Barroso no es su inconsistencia ni su falta de compromiso, sino el que haya alterado el orden de los factores legislativos. Hasta su llegada a Bruselas, la Comisión proponía y el Consejo de ministros disponía. El portugués, en cambio, no propone nada sin consultar previamente con el Consejo. Y a veces, según ha reconocido en rueda de prensa, ni siquiera con todo el Consejo, sino sólo con los países más grandes, lo cual ha provocado resquemor entre los pequeños y medianos Estados.
Esa táctica acomodaticia parecía darle resultado hasta que a finales del año pasado Europa se contagió de la crisis financiera. Desde entonces, la gestión del portugués es el objetivo de furibundos ataques dentro y fuera de su familia política conservadora, hasta el punto de poner en peligro su continuidad. Para muchos, Barroso se ha convertido en la encarnación de un organismo paralizado, desarbolado por la crisis y privado de capacidad de iniciativa.
"La CE puede y debe diseñar un nuevo papel para sí misma, si no quiere acabar siendo una mezcla de think tank y agencia ejecutiva del Consejo", advierte Missiroli.