El bueno, el feo y el malo (I)
Las segundas versiones cinematográficas suelen defraudar las expectativas. Sin embargo la adaptación de aquel guión al mundo económico español entraña la necesidad de que concluya con éxito. Lo primero es decidir el elenco de este proyecto de película.
El feo era fácilmente atribuible al sector inmobiliario. Su papel se caracterizaba por una ostentosa actuación, generando beneficios mediante unos precios de sus productos finales que complicaban la existencia, presente y futura, de los ciudadanos que soportaban esos precios desmesurados. No obstante, el acceso a una financiación fácil, aparentemente reducida en su coste anual y extendida a larguísimos periodos de amortización, contribuyó a generar una sensación de satisfacción del nuevo propietario inmobiliario. Además, la creciente evolución de tales precios generó una percepción de riqueza en aquel propietario, que quedó convencido de la bondad de su inversión. Cautivo, pero contento.
El poco agraciado, eufemismo de feo, acaparó liquidez y comenzó su actividad de diversificación. Sus inversiones en empresas eléctricas y del sector financiero fueron aplaudidas y reconocidas por los medios e, incluso, por instancias institucionales. El sector energético fue también campo abonado y era tan evidente el potencial de negocio, que se dispuso de holgadas operaciones de cobertura para financiar cuantiosas adquisiciones accionariales.
El reconocimiento social y político de la fealdad del sector era palmario. Se hablaba de su excesivo peso en el modelo económico y se contaba con el rechazo de amplios segmentos sociales que veían inalcanzable su acceso a una vivienda. Y llegó la crisis, que inicialmente se diagnosticó como ubicada en ese ámbito inmobiliario. Sobre el papel, su incidencia directa en el PIB y los no desdeñables efectos colaterales en otros sectores inducían a valorar la gravedad del desajuste, pero se estimaba como superable en un plazo no excesivamente largo.
El segundo protagonista de la película, el malo, conjugaba una aureola de bueno que auspiciaban los poderes sociales y políticos, incluida la autoridad regulatoria. Naturalmente, ese papel de malo quedaría encomendado al sector financiero.
La singularidad y profundidad de la crisis financiera en EE UU, como epicentro del seísmo, se ha transmitido a todos los agentes financieros inmersos en un mercado global. El efecto dominó de las agencias hipotecarias, de la banca de inversión, de las aseguradoras y, finalmente, de la banca comercial estadounidense, con heterogéneas actuaciones públicas en ese país, se trasladó a las entidades financieras del resto del mundo. Descoordinadas políticas orientadas a la provisión de liquidez, a la aportación de avales y garantías y, en última instancia, para salvaguardar la solvencia de las instituciones financieras, han caracterizado las intervenciones de los distintos Gobiernos con peso en los mercados económicos.
En el caso español, sin perjuicio de su ventaja relativa en su solvencia resultante de una regulación rigurosa, el iconoclasta calificativo de malo para el sector financiero deriva de su restrictiva política de financiación a empresas y particulares y, lo que es más grave, la pérdida de confianza en las entidades financieras, a lo que tanto han contribuido ellas mismas.
La transmitida desconfianza entre las entidades en su recurso al mercado interbancario, los cuantiosos importes de los próximos vencimientos de sus financiaciones internacionales y las puntuales ofertas de alta retribución para los pasivos han sido condicionantes de la operativa crediticia en los últimos meses.
La restricción a la financiación de la vivienda, que muy especialmente ha afectado al potencial comprador final, ha acentuado las dificultades de cerrar las transacciones, con aumento del stock de viviendas, pero compatible con una lenta reducción de los precios. La inmediata incidencia en los promotores inmobiliarios se ha traducido en una imposibilidad real de refinanciación y en que se dispare la morosidad y, en muchas ocasiones, la falencia.
Los malos, pero no tontos, conocían los riesgos asumidos por los feos y de los adquirentes de sus viviendas, que incrementarían la mora de sus cuotas hipotecarias ante una contracción significativa de sus rentas disponibles.
Sin embargo, esa crónica de una muerte anunciada tuvo una durísima consecuencia en el entramado productivo de bienes y servicios de la economía. Los últimos 18 meses, antes incluso de que se mencionara el término crisis, han supuesto un duro proceso de negociación de la financiación empresarial, tanto para circulante como para cualquier inversión. Sólidos proyectos empresariales y planes de negocio aparentemente viables encontraban serias resistencias del financiador, que se afianzaba en su papel de malo.
José Miracle. Economista