El siglo XXI requiere un G-8 más eficaz
La reunión del G-8 que arranca hoy en L'Aquila (Italia) va a ser una de las más multitudinarias en los 34 años de historia de ese foro. Pero también de las más inestables -no sólo por la zona sísmica en que se celebra- y con más riesgo de no estar a la altura de los enormes problemas que afronta el planeta. Y todo eso sin considerar a su anfitrión, Silvio Berlusconi.
Durante tres días, una treintena de dirigentes mundiales desfilarán por el epicentro del mortífero terremoto que en abril golpeó la región de Los Abruzzos, al noreste de Roma. En la agenda, y no podía ser de otro modo, está la crisis financiera. Así como la contención de las emisiones de CO2 o la seguridad alimentaria, no sólo en los países desarrollados, sino también en los más empobrecidos.
Esos tres objetivos presentan una dimensión tan global y transfronteriza que el G-8 (EE UU, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Japón, Canadá y Rusia) no ha tenido más remedio que incluir en la lista de invitados a los miembros del llamado G-5 (China, Brasil, India, México y Sudáfrica), a varios países africanos más y a buena parte del llamado G-20 financiero, en el que el Gobierno español ha sabido abrirse un merecido hueco. Aun así, ni en su actual formato, ni con esos refuerzos coyunturales puede el G-8 sentar las bases para un mercado financiero saneado, un crecimiento económico sostenible y una oferta de bienestar extensible a la mayor parte del planeta.
En el terreno financiero, la cita crucial será la del G-20 de Pittsburgh (EE UU), en septiembre. Allí las principales economías deberán ratificar su compromiso con una regulación del sector financiero que no aliente una irresponsable asunción de riesgos y, mucho menos, su distribución camuflada entre los inadvertidos inversores.
Es dudoso también que en L' Aquila se vaya a alcanzar algún acuerdo sobre la reordenación de los equilibrios monetarios, con los países emergentes, China al frente, reclamando alternativas al dólar, y los países desarrollados exigiendo a Pekín que utilice sus ingentes reservas de divisas para estimular el crecimiento.
Sobre el cambio climático, la UE espera que el G-8 secunde el objetivo de tomar medidas para que el aumento de la temperatura en el planeta no supere los dos grados centígrados. Sin embargo, será una reunión en Copenhague, en diciembre, la que deba decidir sobre la sustitución o no del Protocolo de Kioto.
En cuanto a la seguridad alimentaria, el marco más adecuado es Naciones Unidas, donde la UE, EE UU y Japón están dispuestos a reconvertir sus ayudas de emergencia contra las hambrunas en inversiones que faciliten el desarrollo del continente africano.
De modo que la tarea que debe acometer el G-8 es abordar su reforma sin dilación, para dar cabida a la realidad multipolar del mundo actual y garantizar una eficacia de la que hoy carece este foro en pleno siglo XXI.