Bernard Madoff, en la trena
La sentencia del caso Madoff está llena de lecciones y avisos a navegantes. La primera enseñanza es la rapidez con que el sistema judicial estadounidense ha actuado. En pocos meses se ha instruido la causa y se ha fallado. ¿Se imaginan la misma situación en España? Aún estaríamos reuniendo folios y más folios en legajos escritos y olvidados en las estanterías de nuestras vetustas oficinas judiciales. Como dice el refrán castellano, "justicia tardía no es justicia". Apliquémonos el cuento.
La segunda lección es que nunca es demasiada la prudencia en el oficio de financiero. Es un oficio basado en la confianza, porque se deposita en manos de otro la gestión del capital propio. Por eso, hay que sospechar de aquel gestor cuya fama supera su discreción. El brillo ante los medios de comunicación y el público en general aumenta la vanidad y ésta es mala consejera de la prudencia.
Estoy seguro de que en su inicio Madoff no quiso estafar. Pero un día cometió un error y en lugar de confesarlo, trató de ocultarlo con otra operación. Así sucesivamente y cada vez con más riesgo. Podríamos preguntarnos: ¿cuándo cayó el astuto financiero en la tentación de tapar un fracaso con una huida hacía adelante y empezó la construcción de una pirámide? Probablemente cuando su vanidad le impidió reconocer un error.
La tercera lección es que nunca se puede bajar la guardia ante la dimensión ética de la función directiva. Un líder tiene tres dimensiones: la estratégica o de visión de negocio; la psicosocial o de manejo de personas, y la moral o de comportamiento ético. Una de las diferencias entre las tres es que las dos primeras tienen aprendizaje positivo, una vez desarrolladas no se olvidan, pero la tercera, la dimensión moral, puede tener aprendizaje positivo y también negativo. El comportamiento y la fama de honestidad no aseguran que el personaje siga siendo digno de confianza en esta dimensión. La ética exige una constante vigilancia para no caer en la tentación. Porque siempre se puede decir: más altas torres han caído.
Me puedo imaginar la sorpresa del propio Bernard Madoff cuando un día, presionado por ocultar sus errores, se levanto y descubrió: ¡anda si soy un estafador! Luego ya no pudo y/o no quiso parar. Su huida hacía adelante fue una cobardía y una falta de entereza, de humildad y de sinceridad. Tres virtudes humanas que nunca deben ser desechadas como adornos de un liderazgo serio.
No en vano, cada vez más se habla del líder humilde, que es aquel que escucha a los demás y, sobre todo, reconoce a tiempo sus errores, pide perdón y se esmera en reponer los daños producidos.
Así que justicia rápida y líderes discretos y humildes son los ingredientes necesarios para que el mercado y el capitalismo como sistemas económicos funcionen. Esta es la gran lección de la crisis en general y la del caso Madoff en particular.
José Ramón Pin Arboledas. Profesor del IESE