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¿El final del cuerpo diplomático?

Plenipotenciariio, cancillería, embajador, valijas, mensajes cifrados. La familia léxica de la diplomacia suena ya casi tan anacrónica como la propia profesión que la utiliza. ¿Arrinconará el siglo XXI los modales y la etiqueta de una élite acostumbrada a mirar el futuro por encima del hombro?

Carne Ross, un exdiplomático británico, está convencido de que sí. "Los viejos buenos tiempos de los embajadores se han terminado", asegura Ross en un artículo publicado en el último número de Europe's World, una revista trimestral entre cuyo lectores cabe imaginar, precisamente, a buena parte de la clase diplomática comunitaria.

El artículo describe a los diplomáticos como una casta encerrada en sí misma, sin apenas contacto con el país que habitan ni con el que dicen representar. Y a la diplomacia, como un aparato burocrático, jerarquizado y sin margen para la innovación ni para interpretar un mundo mucho más anárquico y supraestatal que el estudiado en los viejos manuales.

La conclusión de Ross es evidente. En el siglo XXI, la diplomacia, como tantos otros gremios, necesita planteamientos mucho más sofisticados para sobrevivir. Los diplomáticos deberán acostumbrarse a trabajar con otros actores (desde empresas a ONGs) y a un escrutinio público de su labor mucho más intenso. De lo contrario, se arriesgan a convertirse en una vetusta comparsa que utiliza palabras como placet, frac y canapé.

Foto: Matrícula de cuerpo diplomático. (B. dM., 15-6-09)

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