Irán, petróleo y populismo
En países como Irán, la mayoría de la riqueza la crea la industria del petróleo, controlada por el Gobierno. Los votantes se preocupan más de quién obtiene qué parte del botín que de la propia competencia económica del Ejecutivo. Eso favorece a populistas antimercado como Mahmud Ahmadineyad, y no ayuda demasiado a la democracia.
La victoria de Ahmadineyad se recibió en Occidente con suspicacia. Puede que los comicios fueran fraudulentos, pero sus apoyos provinieron básicamente de los votantes rurales y pobres. Los observadores internacionales pueden haber sobrevalorado el poder electoral del candidato reformista, Mir Husein Musaví. Las victorias electorales de Thaksin Shinawatra en Tailandia, indudablemente legítimas y también basadas es apoyos rurales, levantaron sospechas entre los medios occidentales.
Con el petróleo a 60 dólares el barril, el crudo significa el 80% de las exportaciones iraníes y el 28% de su PIB. Demasiado como para que la calidad de vida de los iraníes dependa a corto plazo de los precios del petróleo. Los beneficios de una gestión competente de la producción de crudo y del resto de la economía sólo se notarían a largo plazo.
Las condiciones de vida de los votantes se ven mucho más influenciadas por las decisiones gubernamentales en cuestiones como el control de los precios y en los racionamientos que en las fuerzas del mercado. Por ejemplo, la combinación del racionamiento de petróleo y el control de los precios -el litro de gasolina sólo se ha movido de los 1.000 a los 2.000 riales (0,10 a 0,20 dólares)- es popular entre los más pobres, como lo es el límite de los intereses de los bancos.
La retirada de tales medidas dañaría los bolsillos de los electores, sin ofrecer vistas de mejoras. Un crudo caro hace subir tanto la tasa de cambio del rial que las industrias manufactureras, orientadas a la exportación, y la agricultura no tendrían demasiadas opciones de supervivencia.
En las economías ricas en petróleo, el secreto del éxito político reside en untar las manos de los pobres con petrodólares. Y Ahmadineyad no es el único en haberse dado cuenta de ello. Hugo Chávez en Venezuela y Vladimir Putin en Rusia están en la misma sintonía. Esa no es manera de dirigir una economía, pero la magia del libre mercado sólo se percibe tras una década o más de práctica. O, lo que es lo mismo, dentro de demasiadas elecciones.
Martin Hutchinson