¿Deflación en España? Ni de broma
Que el Indice de Precios de Consumo (IPC) marque una tasa interanual negativa del 0,9% como la registrada en mayo no quiere decir que haya deflación en España. Únicamente que el proceso de desinflación que acompaña a toda crisis de conusmo privado, no ha concluído. Para que tal proceso se torne en deflación tiene que se más continuado, más severo y generalizado. Ahora sólo una de cada tres rúbricas del IPC está en tasa interanual negativa, y de forma abultada sólo aquellas relacionadas con el crudo. Cuesta creer que España entre en deflación, porque la creencia de que la mejor manera de ganar margen para los intermediarios comerciales es subir los precios, sigue muy arraigada. El común de los españoles sigue creyendo que la inflación es el mejor amigo del bolsillo, cuando se trata del peor de los emenigos, sobre todo de quienes dependen más de rentas salariales y de cuantías bajas.
En los casi cien años que el Banco de España tiene registrada la evolución de los precios en tasa interanual, desde 1913 hasta ahora y medida en buena paerte como indicador del comportamiento de los precios al por mayor, sólo en tres ocasiones se ha producido un periodo de descenso de precios de más de un año, y siempre fue en la década de los veinte, y con cuantías realmente cercanas a cero. Desde entonces sólo puntualmente han aparecido episodios de desinflación en el año 1943 y en 1952. Desde que la economía entró en la ebullición de la industrialización, desde el final de loos 50, el acercamiento a los niveles de renta y riqueza de los países del entorno ha impedido el proceso de desinflación, e incluso el control de los precios se ha convertido en muchos casos en el primer objetivo de las políticas económicas, por considerar que la inflación destruía el valor de la riqueza y dañaba la competitividad empresarial.
Países como Alemania tienen lecciones dolorosas aprendidas con la inflación. El descontrol de la economía durante la República de Weimar, en los veinte, es considerado como uno de los desencadenantes del respaldo popular al nazismo, ya que el dinero perdía valor cada día en Alemania, y la población buscaba respuestas a un problema, que, por otra parte, era bastante generalizado en Europa entonces. Pero en España la cultura económica del común de los mortales es más bien limitada, cuando no engañosa, hasta el punto de considerar a la inflación como el mejor aliado para ganar renta salarial. Pero nada más lejos de la verdad.
España tradicionalmente, hasta hace cuatro días que diluyó su moneda en el euro, ¡bendito euro!, acumulaba gigantes dosis de inflación que absorbía cada cierto tiempo con devaluaciones competitivas de la peseta, para volver a colocar a los productos españoles en posición favorable frente a los productos de los competidores. Pero sólo unos pocos sabían que tal operación era la corrección de la inflación, y que automáticamente recortaba la riqueza comparada de los españoles. Es la historia de España, desgraciadamente.
La inflación es la carcoma de todas las rentas, aunque siempre se ha disfrazado de un barniz de bondad muy peligroso. Las subidas salariales nominales han hecho creer a los trabajadores que eran una mejora de sus rentas, cuando automáticamente generaban una subida de los precios que enterraba la supuesta ganancia de poder adquisitivo, de tal forma que desencadenaba una espiral de costes que terminaba mordiendo la competitividad de los bienes y servicios producidos en España. Sólo las citadas devaluaciones la recomponían parcialmente, hasta que el euro lo impide, y sólo por otros vías puede regenerarse la competitividad.
Tal arraigo de la creencia en la bondad de la inflación, algunas veces jaleada por los Gobiernos que recaudan impuestos y cotizaciones ayudados por la misma, impide que los agentes de la oferta (los productores directos) y sus aliados (los intermediarios) se resistan a las subidas de precios a la primera ocasión que tengan. Y esta vez no será diferente. Por ello me atrevo a decir que deflación en España, mi muertos, ni de broma. Ahora hay un proceso de desinflación como consecuencia de una crisis brutal de demanda, generada por la destrucción acelerada de empleo.
Una deflación es un proceso continuado, generalizado y severo de bajada de los precios que componen la cesta de consumo de los hogares. Ahora, tras un año largo de crisis, sólo hay 19 de las 57 rúbricas del IPC en tasa interanual negativa, y todas ellas se concentran en los alimentos, el vestido y calzado, y en los transportes ligados al consumo de carburantes. Además, es un proceso que se ha intensificado en los últimos meses, pues en mayo 27 de las 57 rúbricas están en tasa mensual negativa, y sólo 29 que las 57 en los cinco primeros meses del año.
Siete de doce grupos de productos y servicios mantienen tasa positiva, y en algunos casos muy cerca del 4%. Es más: de los doce grandes grupos sólo hay tres con caída de precios desde 2006, y, salvo el transporte, se trata de los servicios médicos y la enseñanza.