Debate sobre el estado de la poción
Con el debate sobre el estado de la nación en el Pleno del Congreso de los Diputados se anunciaba una semana grande de la política en paralelo con el inicio de la Feria de San Isidro. Y sucede que las grandes ocasiones que nos han hecho avanzar no derivan de la solemnidad de las normas legales. La feria taurina de San Isidro fue un invento plasmado en 1947 por aquel inolvidable gerente de la plaza de Las Ventas, Livinio Stuyck. El debate sobre política general, que hemos dado en llamar del estado de la nación, es un uso parlamentario iniciado por el presidente del Gobierno Felipe González en 1984.
Son dos buenos ejemplos que confirman cuánto se puede hacer impulsando lo que ahora se denominan buenas prácticas, sin necesidad de grandes y solemnes reformas, tantas veces bloqueadas por maximalismos de principio. Así sucede también en el ámbito de las matemáticas, donde a veces se encuentra la solución recurriendo al método de las aproximaciones sucesivas.
Las sesiones del martes y miércoles pasado traían causa de la comunicación dirigida por el Gobierno a la presidencia de la Cámara, donde se avanzaba el particular compendio del primer año de la actual legislatura y se declaraba la disposición a debatir con los grupos parlamentarios para encontrar áreas de posibles acuerdos.
Pero las fiestas se conocen por sus vísperas. Y las vísperas parecían las de un mano a mano donde debería decidirse el ganador y el derrotado. El gusto popular y el periodístico, que le sigue e incentiva, tiene acusada tendencia a complacerse con la bronca. Así lo prueban los picos de audiencia de los programas de televisión, que coinciden con los momentos de máxima exasperación en el plató. Por eso están tan solicitados los polemistas que dan espectáculo y mejoran el share en el que nos movemos y somos como buenos panteístas.
De ahí también que la prensa sensacionalista se apasione por los crímenes y cultive el morbo en sus más variadas expresiones. Atendiendo a ese mismo registro las emisoras de radio y los canales de televisión entran a competir por ese bien escaso que es la atención del público y ofrezcan espacios de privilegio al género periodístico que llamamos sucesos. Las audiencias a las que se dirigen conectan enseguida con esas elementalidades, como pasa con las películas de acción, e incluso está comprobado que en la prensa de calidad la sección de sucesos gana muchos lectores más o menos vergonzantes. En definitiva, que la gente de a pie rehúsa moverse en el tercer grado de abstracción y comprende mejor el cómic que las ecuaciones diferenciales.
Todo lo anterior explica que en busca de la sintonía con el votante de número, los líderes de las formaciones políticas tiendan a la simplificación del chafarrinón y los colores vivaces y hayan abandonado el preciosismo de los miniaturistas. Así transcurrieron las jornadas del debate sobre el estado de la nación, en un toma y daca que obligaba a los presentes en el hemiciclo a girar la vista a derecha e izquierda siguiendo las subidas a la tribuna de los dos principales contendientes.
Para los analistas estaba claro que el primer discurso de Zapatero había descolocado a Rajoy, incapaz de llevar a cabo la función clorofílica utilizando la luz de esas propuestas del Gobierno para presentar una nueva síntesis más rigurosa y avanzada.
En todo caso, más allá del atractivo del pugilato, por parte alguna afloran mejores condiciones que hagan posible el consenso requerido por la crisis. Se diría que seguimos sin novedad (señora baronesa) pero el estado de la pócima que acabaremos ingiriendo presenta un aspecto desagradable y nadie garantiza que sin un buen manejo de la brújula vaya a cumplirse aquello de per aspera ad astra.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista