Los brotes verdes y el día después
Nuño Rodrigo - 13/05/2009
Espoleadas por el aparente aliento vital que, meses después, desprenden los mercados financieros, distintas voces hablan últimamente de los "brotes verdes" en la economía mundial, expresión que se ha propagado con mayor rapidez que la gripe A. Por brotes verdes se entiende cualquier cifra económica que empeore a una velocidad algo inferior a la del año pasado. El umbral del dolor de financieros y economistas nunca había estado tan elevado.
Esta situación debía llegar. Por pura lógica, los puestos de trabajo no pueden destruirse de forma acelerada ad infinitum, ni la producción industrial o el comercio mundial pueden desplomarse un mes tras otro. En algún momento todo proceso de congelación económico y de deterioro de cifras y expectativas acaba por frenarse. Todo lo que baja, sube -o deja de bajar-, y hasta los inviernos más crudos dan paso a la primavera. En este sentido, los brotes verdes es una expresión acertada. Porque poco más puede decirse de la aparente, o presunta, mejora económica que su condición primaveral: no por esperada es menos bienvenida.
Lo único que se puede celebrar es, si acaso, que efectivamente se confirma que no estamos abocados al fin de los tiempos. Bien. Y, ¿ahora? El día después parece un tema tabú. Bien es cierto que probablemente, y lamentablemente, está demasiado lejos. Pero estará más cerca. Y el día después no puede nutrirse sólo del deshielo invernal, como hacen estos brotes verdes.
El día después las cosas no vendrán dadas. El día después de verdad será el día en que los empresarios y los demás agentes sociales piensen, aunque sólo sea por un segundo, en algo más que en superar el próximo trimestre o el próximo compromiso de cortísimo e irrenunciable plazo. El día que el mercado deje de lamerse las heridas de la crisis de 2007. Mientras tanto, los brotes verdes serán sólo un buen titular periodístico. Poco más. Las crisis no se superan pensando a corto plazo, sino pensando qué se hará el día después.