Zapatero Robin Hood: más gasto social, menos incentivos a la inversión
El Presidente del Gobierno no se olvida ni por un momento que es secretario general del PSOE, y ejerce como tal en cada decisión que toma. Estemos o no en vísperas electorales, cada domingo agita a sus incondicionales con alguna nueva medida de gasto social, que después de explotar propagandísticamente durante un par de semanas, aprueba en Consejo de Ministros. Ha desatado una carrera de gasto social para proteger a los desempleados, porque no tiene otra cosa que ofrecerles. Pero se precisa un buen programa de incentivos a la inversión para que recuperen lo antes posible el empleo. Zapatero debe gobernar para todos los españoles, no sólo para su clientela electoral. Debe elaborar un programa equilibrado, en el que el gasto social no productivo sea una herramientra ocasional. Lo estructural debe ser un plan que cambie la piel al sistema productivo español para volver a acercarnos al pleno empleo que él mismo prometió, si bien es verdad que sin mucho fundamento.
En el Debate del Estado de la Nación anunciará una ampliación de la cobertura de paro para los desempleados que hayan agotado la prestación, con la renta activa de inserción. Una vez más, confunde cuál es el verdadero derecho social que pretende preservar: el empleo, presidente, no la protección por desempleo. En los últimos meses ha ampliado considerablemente la protección por desempleo, con una ampliación de cuatro meses para los trabajadores que llegasen al seguro procedentes de un expediente de regulación en su empresa, mecanismo que perjudica a quienes sean despedidos individualmente, aunque hayan pagado con la misma religiosidad sus cotizacoiones. Ahora pretende ampliar durante un tiempo indeterminado la prestación, con el abono de la renta activa de inserción, que pagan las comunidades autónomas. ¿Ha calculado el coste que tiene?.
Aunque lo abonen las comunidades autónomas, como están financieramente a la última pregunta, terminará abonándolo el Estado con una nueva inyección financiera, que ya negocia el vicepresidente tercero, Manuel Chaves. Pero tandrá un doble coste: primero financiero, cuando el Estado está ya en unos niveles de déficit récord, y verdaderamente arriesgados para garantizar la financiación pública; y segundo, genera un nuevo desincentivo a la búsqueda de empleo en uno de los sistemas de protección más generosos de Europa.
Zapatero no puede seguir engordando el gasto público aportando soluciones tan simples a la crisis. Los subsidios, en el mejor de los casos, únicamente perpetúan la crisis. Para salir de ella debe hacer un buen número de reformas que movilicen los mercados de bienes, servicios y factores, y estimular fiscalmente la actividad, en vez de presionar sobre ella para financiar las aventuras de Robin Hood. A la larga, la protección y el gasto público se pagan con impuestos, o con una deuda pública que forzará primas de riesgo notables, que tendrán inesquivable reflejo en el coste de la financiación de la actividad privada. Ya pasó en el pasado, y los paradigmas de la economía no han cambiado tanto como para que no se repita.
En el Debate del Estado de la Nación oiremos más mítines que discursos, y aunque Zapatero y Rajoy ofrezcan verbalmente pactos, ninguno de los dos quiere saber nada de ellos. El primero cree que sus recetas son suficientes para retener un porcentaje de votos suficiente para ganar las elecciones generales (las Europeas le importan menos), y el segundo ha olido la carne quemada del Goboierno con la crisis, y cree que terminará cayendo como fruta madura en las urnas. ¡Qué país!, ¡Qué políticos tan aficionados al interés particular!
Unos y otros sólo pretenden que mediáticamente parezca que hemos vencido, y que es el otro el que no quiere pactar. De eso se trata: de ver quien muestra más interés en el consenso teniendo más aversión a él, y a su vez genera la imagen de que es el rival quien tiene auténtica aversión al pacto.