Entre la tragedia y la farsa
Es mucho más fácil lidiar con una severa recesión que con el pánico financiero. Y resulta incluso más fácil cuando los inversores casi han parado de preocuparse por la recesión.
El viernes hubo pruebas que confirmaron esta afirmación. Dos compañías británicas, la inversora 3i y la constructora Taylor Wimpey, fueron capaces de hacerse con 1.200 millones de libras en operaciones accionariales.
Parece que los inversores creen que 3i encontrará inversiones atractivas cuando vengan tiempos mejores y que Taylor Wimpey puede salir adelante a pesar del colapso del sector inmobiliario británico. La confianza esta ahí. El anuncio del jueves de que los bancos estadounidenses necesitan 75.000 millones de dólares de nuevo capital para junio casi no tuvo efecto sobre los ánimos de los inversores.
¿Están volviendo las cosas a la normalidad, sólo ocho meses después del colapso de Lehman Brothers?
Quizá sea así. Pero no hace falta ser el profeta del Armagedón financiero para temer que el repunte de los mercados se corte antes de que se saneen los balances de las empresas. Estamos en recesión. El ritmo de la caída ha descendido, pero la producción aún no se ha recuperado en la mayor parte del mundo desarrollado. Incluso si se recuperase el PIB, las compañías y los prestamistas tendrían que absorber pérdidas sustanciales.
Luego está la gran dosis de dinero público. Los grandes déficits fiscales y los generosos bancos centrales son ahora bienvenidos, pero es probable que más adelante acarreen cierto coste -inflación, impuestos más altos o simplemente mayores tipos de interés-. Los inversores y los emisores deberían disfrutar de los mercados mientras puedan.
Por Edward Hadas