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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate nuclear vuelve a escena

En las próximas semanas, el Gobierno debe decidir, cuando tenga delante los informes del Consejo de Seguridad Nuclear, si cierra definitivamente la central de Garoña o si amplía su vida útil de cuarenta años a otros diez más. Aunque el informe técnico debe ser determinante para decidir el devenir de una instalación tan complicada como un reactor nuclear, a nadie se le escapa que el veredicto del Gobierno tiene una notable carga política, que condicionará en parte el resto de las decisiones sobre suministro energético. Por tanto, Garoña reactiva de nuevo el debate sobre el futuro de la energía nuclear en España, enterrado en 1983 con la moratoria nuclear decidida por el Ejecutivo de Felipe González, que ha tenido un astronómico coste para el consumidor.

En un honorable ejercicio de reciente autocrítica, el propio Felipe González comentó que "como alguien tiene que poner la cara para que se la rompan cuando pida que se reabra el debate nuclear, aquí tienen la mía". Desde entonces la única iniciativa pro nuclear ha sido la del Foro Nuclear, que puso sobre el tapete la necesidad de planificar la construcción de una decena de reactores, mientras que el Gobierno ha seguido practicando el antinuclearismo. No obstante, desde dentro del Ejecutivo se ha abierto camino lentamente la necesidad de prolongar la vida útil de los grupos que están en el final de su proyecto, ante la dependencia energética de España, la escasez de recursos y la carestía de la energía.

Algo es algo, aunque no sea suficiente. La producción energética con reactores nucleares tiene enormes dificultades financieras, además de un problema de complicada solución cual es mantener bajo control los residuos. Pero también es verdad que posee el mayor efecto multiplicador sobre la inversión a largo plazo y proporciona un mayor grado de autonomía a quien la explota. No obstante, las empresas eléctricas tienen desde hace años fuera de sus prioridades esta apuesta energética, tal como demuestra el hecho de que no ha habido ningún apetito de consolidación cuando Reino Unido puso en venta todo el parque nuclear agrupado en British Energy.

El desembolso financiero para construir una central es muy alto; la maduración del proyecto, muy prolongada, y la incertidumbre jurídica, nada despreciable. Pero merece una oportunidad para el debate. A largo plazo puede convertirse en la fuente más barata de generación y proporcionar un confortable grado de suficiencia energética, dando por hecho que los avances tecnológicos han desterrado, aunque nunca podamos decir que al 100%, los riesgos de seguridad para el reactor y los residuos que genera. La alternativa es, en el caso de España, una apuesta por la generación renovable, sea fotovoltaica, eólica o de biomasa, con un coste de no menos de 4.000 millones de euros anuales en primas, para producir en torno al 12% de las necesidades del país.

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