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Columna
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La AAA británica no está tan clara

El Reino Unido simplemente no siente que tenga una triple A. La deuda soberana mantiene la máxima puntuación, y las mayores agencias de rating no consideran formalmente la bajada de nivel. Pero el Gobierno no se está comportando como un deudor de primera categoría.

Supongamos que una compañía triple A descubre de repente que los gastos se estaban disparando hasta el 123% de los ingresos. Unas pérdidas semejantes causarían una alerta roja financiera. Tocaría recortar el gasto, aumentar los ingresos, descubrir qué va mal y prepararse para tiempos peores.

El Gobierno británico, cuyo déficit llega a esos niveles, no está demostrando estar demasiado preocupado. El último Presupuesto planea un regreso al equilibrio extremadamente pausado. Incluso se supone que la reducción del gasto no empezará hasta dentro de tres años. Y Alastair Darling no está preocupado por el resto de datos económicos. En vez de ello, el Chancellor of the Exchequer ha confiado en previsiones económicas muy optimistas.

Está claro que los países son diferentes a las compañías. En teoría, los déficits oficiales pueden ser justificados, al menos temporalmente, como manera de mantener la producción y el consumo. Y en la práctica, los Gobiernos pueden financiar fácilmente sus inversiones imprimiendo dinero -especialmente si la mayoría de sus deudas las han contraído en su propia moneda-.

También es cierto que los Gobiernos tienen un mayor control sobre sus ingresos que las compañías. Mientras que éstas tienen que persuadir a los clientes para que compren sus productos, a los ciudadanos se les obliga a pagar impuestos.

Aun así, incluso los Gobiernos tienen límites -y Londres parece que está rozándolos-. Se han metido en todo tipo de políticas arriesgadas. Los grandes déficits fiscales se suman a los tipos de interés cero de los bancos centrales y al gran experimento de la impresión de moneda.

Pero no se han atrevido a asumir otro tipo de riesgos: la variedad política. El Gobierno podría perder las elecciones si redujese el gasto destinado a conseguir los objetivos del Estado.

Esta suposición podría resultar ser falsa. Si es así, puede que el Gobierno decida hacer sufrir un poco a los contribuyentes dejando que la inflación erosione el valor real de la deuda oficial. Las agencias de rating no cuentan tales depreciaciones como una mora de pagos. Si lo hiciesen, puede que la triple A del Reino Unido ya fuese historia.

Edward Hadas

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