Ordóñez pone deberes al Gobierno y a la banca
La economía española está inmersa en un periodo de profunda contracción, con la que la tasa de paro, si no se toman medidas, ascenderá a cifras muy preocupantes. (...) El elevado endeudamiento de las empresas y las familias lastra sus decisiones de consumo e inversión, y no es aventurado vincular buena parte de la evolución de la confianza con la del empleo. (...) Cuando nos enfrentamos a una recesión severa de nada sirven ni la exageración alarmista de las dificultades, ni tampoco las llamadas bienintencionadas a la confianza en una pronta recuperación que se producirá espontáneamente, sin necesidad de tomar ninguna medida relevante. La única manera eficaz de transmitir confianza a unos agentes económicos que están percibiendo de manera clara los efectos de la crisis es mediante el reconocimiento de su impacto real y de los desafíos planteados, así como con el compromiso creíble de abordar con decisión y energía las reformas necesarias. (...) Algunos indicadores como la espectacular mejora en la inflación o la veloz reducción del desequilibrio exterior podrían apoyar la versión cómoda o perezosa de que es posible salir de la crisis sin pasar el purgatorio de las reformas'.
Estos comentarios los hizo ayer el gobernador del Banco de España en la conferencia magistral impartida en el Foro CincoDías, y resume con descarnada precisión lo que sucede en la economía española, y hacia dónde irá si, como hasta ahora, varios de los encargados de gestionar la crisis y buscar soluciones siguen cómodamente recostados en la pasividad, en la creencia de que la crisis se supera sola y de que se puede pasar a la historia gestionando situaciones de gravedad sin pisar ningún callo a nadie. El discurso de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, con unas dosis de severidad en la advertencia desconocidas desde la irrupción de la crisis, se convierte en obligada alternativa de política económica a los planteamientos escuchados hasta ahora al Gobierno, cuya capacidad de iniciativa está atenazada por la hiperactividad de su presidente, que en materia económica se concreta en planteamientos más demagógicos y providencialistas para superar la recesión que en reformas definitivamente consistentes.
Ordóñez tiene claro que sin reformas no hay futuro para el crecimiento sostenido de la economía. Por ello plantea un rosario de soluciones que deben encadenarse con el esfuerzo de todos los agentes económicos, sociales y políticos del país. Cambios en los mercados de bienes y servicios, tanto los primarios como los finales, para remover las rigideces de la economía. Todos los modos de transporte, el alquiler de viviendas, el mercado energético, las telecomunicaciones, la distribución comercial minorista, los servicios profesionales, la educación secundaria y la formación continua deben ser revisados, liberalizados y mejorados. Pero esas reformas no tendrán éxito sin ir acompañadas por un giro integral de las instituciones del mercado de trabajo, para el que pide básicamente una suspensión temporal de los convenios colectivos para que empresas y trabajadores estabilicen la economía y frenen la pérdida de empleo con fórmulas de ajuste microeconómico, y un nuevo contrato fijo de fomento de empleo con un coste sensato de despido. Fórmulas como la congelación salarial para mantener producción y empleo, ensayada en Seat, deben ser extendidas cuanto se pueda al resto de empresas y sectores, para recuperar, en un plazo razonable, los niveles de competitividad en costes y precios perdidos en los últimos lustros con un crecimiento desbocado, y colocarse de nuevo en disposición de crecer con otros mecanismos que eviten desequilibrios tan devastadores.
El Banco de España compromete no sólo las propuestas, sino también los hechos, y exige una profunda transformación del sistema financiero, que será también más fácil y exitosa si la recuperación económica no se retrasa en exceso. Tras intervenir Caja Castilla-La Mancha una vez agotadas sin éxito las posibilidades de absorción privada de sus problemas, alerta de que, si la crisis se prolonga, serán precisas reestructuraciones bancarias adicionales, con un coste relativo muy superior al de otras crisis, para que el sistema reduzca notablemente su capacidad instalada.
Pero con el rigor que da haber mantenido un sistema exigente de provisiones y supervisión, deja en manos de los recursos privados la mayor cantidad posible del ajuste y, con buen criterio, reclama plena rendición de cuentas de los gestores, y llama a que los políticos dejen de utilizar la salud de las entidades como arma arrojadiza.