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Columna
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Lucha por la independencia

Mervyn King ha disparado lo que podría ser la primera salva de una guerra más amplia. La advertencia del gobernador del Banco de Inglaterra de que el Gobierno no puede permitirse otro gran estímulo fiscal debe ser visto como un intento de eludir no menos de tres crisis que podrían ser inminentes: una crisis fiscal, un conflicto constitucional y una crisis inflacionista.

La crisis presupuestaria es la más obvia. El déficit fiscal de Reino Unido se elevará en el próximo año fiscal al 11% del PIB, según la última previsión del FMI. Afortunadamente, la deuda pública de Reino Unido no es muy alta. Probablemente pueda soportar un déficit anual de este tamaño durante un año o dos. Pero si se mantienen esos déficits durante algunos más -por no decir si se hacen más grandes- existe el riesgo de que los mercados financieros pierdan la fe en la economía británica. Los inversores internacionales no sólo podrían hacer que la libra bajara más, también podrían rechazar comprar bonos del Estado.

Una crisis fiscal semejante tiene que ser una de las pesadillas de King, no sólo porque podría ser malo para el país sino porque podría ser el detonante de la segunda crisis: un conflicto constitucional. El Banco de Inglaterra se acaba de embarcar en su política de política cuantitativa, bajo la que está imprimiendo dinero para comprar bonos del Estado con el fin de estimular la economía. La política es bastante arriesgada tal y como están las cosas: el Banco de Inglaterra podría quedarse como el único comprador de dichos bonos. King podría entonces tener una incómoda elección: imprimir aún más dinero para entregárselo al primer ministro, Gordon Brown, una política que podría conducir a una rebaja total de la divisa; o rechazar el rescate del Gobierno.

Incluso si estos escenarios no se materializan, King tendrá una tercera preocupación. ¿Estará libre el Banco de Inglaterra para dominar la inflación cuando vuelvan los buenos tiempos? Tras una severa recesión, debería haber presión política para mantener una política monetaria holgada por más tiempo del aconsejable. El comité de política monetaria del Banco de Inglaterra es teóricamente independiente del Gobierno. Pero además, a King le beneficia no mostrarse demasiado complaciente ahora con los políticos.

La intervención de King es un inconveniente para Brown cuando éste se prepara para la cumbre del G-20 de la próxima semana, en la que se discutirá la necesidad de estímulos fiscales globales coordinados. Pero el primer ministro debe tomarse en serio las advertencias de King. Cuando el Gobierno presente su presupuesto el próximo mes necesitará abstenerse de otro gran estímulo a corto plazo y, sobre todo, mostrar que tiene un plan creíble a medio plazo para equilibrar las finanzas del país.

Hugo Dixon

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