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Columna
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Jugando con las reglas de Geithner

Tim Geithner ha ofrecido una financiación extremadamente generosa al sector privado para ayudar a rescatar los bancos estadounidenses. La promesa del secretario del Tesoro de toneladas de apalancamiento barato podría hacer atractiva la inversión en activos tóxicos. Pero es probable que las mentes ingeniosas encuentren maneras más elaboradas de jugar al juego de Geithner. Aquí van dos ideas para los bancos y los inversores.

El primer juego es para bancos -llamémoslo el tiovivo-. Un banco vende siete millones de dólares en préstamos tóxicos como parte del plan. Luego reinvierte un millón en un fondo, recibe del Gobierno otro millón en acciones y pide al mercado 12 en préstamo con una garantía del Federal Deposit Insurance Corporation, cuya financiación proviene en último término de los contribuyentes.

El fondo del tiovivo compra luego 14 millones en créditos tóxicos que son prácticamente idénticos a los que el banco acaba de vender, pagando, si puede, el mismo precio. El resultado es que el banco puede cosechar ahora la mitad de las ganancias en un portfolio de 14 millones, en vez de retener los de su portfolio original de siete millones. La diferencia es que ha reducido sus riesgos a un millón en vez de siete.

El segundo juego, apodémoslo la colonia de rapaces, es para inversores. En este caso, el inversor reparte su dinero en varios fondos con diferentes aproximaciones para comprar acciones tóxicas. Algunos se centran en hipotecas residenciales, otros en las comerciales y otros en préstamos de la tarjeta de crédito. El objetivo del inversor es asegurarse de que, incluso si el valor de algunos fondos cae en picado, otros van bien.

Imagínense jugar a la colonia de rapaces con sólo dos fondos. Nuestro inversor, que tiene dos millones, pone uno en la rapaz A y otro en la B. Ambas rapaces piden ahora nueve millones cada una a la Fed como parte de su programa Talf dándoles a cada una 10 millones para invertir. La rapaz A lo hace bien y gana un 30%; la B mal y pierde un 30%.

Puede parecer una mala estrategia que deja al inversor seco, pero la disponibilidad de dinero barato cambia el resultado. La rapaz A vale ahora 13 millones. Después de devolver los nueve millones del crédito, el inversor tiene ahora cuatro. Aunque pierde el millón que puso en la rapaz B, el resto de las pérdidas las pagan los contribuyentes. Nuestro inversor acaba doblando sus dos millones originales.

æpermil;stos, por supuesto, son sólo ejemplos estilizados. No tienen en cuenta los cargos de interés en la obtención de deuda, que harían menos lucrativos. También existe la posibilidad de que las autoridades eviten que los inversores hagan estos trucos. Aun así, debería haber diversión para mantener entretenidos a los financieros.

Hugo Dixon

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