Hacia un país de autónomos
La ocasión es única para convertir este país en un país de autónomos. ¿Sería beneficioso para España, en estos momentos, convertirse en un país de autónomos? La respuesta es un sí rotundo. ¿Por qué? Por muchas razones, pero de todas ellas la más importante es la siguiente: un país de autónomos es un país de emprendedores. Emprendedores que crean riqueza. Emprendedores que crean oportunidades de trabajo. Emprendedores que ensanchan los límites de la libertad personal.
La ocasión, ahora, en plena crisis, es única para transformar el país. Merece la pena hacerlo, y sólo vamos a poder hacerlo en estas circunstancias, cuando nos vemos forzados a dejar de trabajar como lo hacíamos y a buscar soluciones que nos permitan superar problemas a los que no nos habíamos enfrentado antes. ¿Qué hace falta para llevar a cabo con éxito este proyecto?
En primer lugar, enfocar hacia los autónomos que ya lo son, y hacia los que lo quieren ser, la financiación necesaria para que hagan realidad sus propósitos. Si se está dando liquidez para que éstos presten a los autónomos, ¿por qué no entregarlo directamente a éstos? Se puede decir que ya hay líneas de financiación suficientes para nuevos proyectos empresariales, pero aquí estoy hablando de otra cosa. Estoy hablando de quién debería recibir el dinero que el Gobierno está dispuesto a dar para salir de la crisis.
Si es verdad que el sistema financiero español está fuerte, ¿por qué no dar a los autónomos que lo necesiten, la misma liquidez que se está dando a los bancos? La solución no está en forzar a ninguna institución financiera a que preste a la fuerza, pues ello equivaldría a obligarla a gestionar mal su negocio y a acentuar aún más la gravedad de la crisis que estamos viviendo.
En segundo lugar, animar, invitar, incentivar, ayudar, a toda persona laboralmente activa a convertirse en autónomo. ¿Por qué? Porque de esta crisis vamos a salir, pero no haciendo lo mismo que nos ha llevado a ella. Vamos a tener que trabajar de forma distinta, y, aunque aún no sepamos muy bien cómo, sí se pueden anticipar algunas de las cuestiones que ya se ven venir.
El desarrollo tecnológico y social que disfrutamos en este comienzo del siglo XXI nos permiten hacer algo con lo que hemos podido soñar muchas veces, pero que nunca pudimos llevar a cabo: poner al trabajo a hablar de tú a tú con el capital. Lo podemos hacer y no tenemos más remedio que hacerlo. ¿De verdad puede creer alguien que los trabajadores van a aceptar ser dirigidos como antes, después de sufrir en sus propias carnes las consecuencias de un comportamiento directivo radicalmente irresponsable? La confianza que se ha perdido es irrecuperable. Luego la solución no puede consistir en tratar de convencernos entre todos de que aquí no ha pasado nada.
Si ya no creo en la dirección, no quiero que sea la dirección la que decida qué tipo de formación tengo que recibir, ni qué plan de carreras debo seguir, ni a qué ciudad o nación me tengo que desplazar para trabajar, etcétera. Todo esto lo quiero decidir yo. Y para poder decidirlo yo tengo que tener una autonomía que no puedo alcanzar si trabajo por cuenta ajena, es decir, para unas personas que hasta ahora han decidido por mí, pero que no lo pueden seguir haciendo porque ya no confío en ellas.
Por otra parte, las empresas líderes, las más flexibles, las más competitivas, pueden ofrecer mucho trabajo, pero lo que no pueden ofrecer son puestos de trabajo. Hay que aprovechar oportunidades instantáneas en el mercado, es preciso adaptarse continuamente a cambios tecnológicos, y todo ello obliga a modificar las estructuras organizativas y a buscar perfiles humanos diferentes de un día para otro. Nadie puede ofrecer estabilidad en el empleo, nadie va a creer en quienes la ofrezcan.
Así, pues, han pasado muchas cosas que nos obligan a buscar soluciones distintas. Las empresas tendrán que negociar con trabajadores autónomos competentes, con los que acordarán condiciones contractuales precisas.
Ya no serán necesarias promesas mutuas que todos saben que no se podrán cumplir. Harán falta otros cambios que refuercen el nuevo modelo de relación entre capital y trabajo, como un marco jurídico adecuado que fomente la negociación libre entre ambas partes, que exija el cumplimiento de los acuerdos realizados y que dirima con agilidad las cuestiones interpretativas que se planteen.
Por tercera vez repito que la ocasión es única. Sólo podemos aceptar con esperanza una crisis tan dura como la actual si ésta nos obliga a revisar nuestros viejos conceptos, a dejar atrás antiguos comportamientos, a ver el mundo de otra manera y a actuar en consecuencia. Convertir España en un país de autónomos, en el primer país de autónomos del mundo, es un proyecto de tal calado que se le puede proponer al conjunto de fuerzas políticas, económicas y sociales de este país para salir de la crisis, para trabajar juntos hacia un objetivo común, para crear entre todos nuestro propio futuro.
Ángel Moraleda García de los Huertos. Director USE