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El precio de esperar siempre y no gobernar nunca

El presidente del Gobierno ha dejado claro que no toimará decisiones impopulares contra la crisis, que se dejará conducir por su buenismo inocente. "Habrá prestaciones para los desempleados, se llegue al número que se llegue, y cualquier reforma del mercado de trabajo estará supeditada a un acuerdo previo entre los sindicatos y la patronal", dijo ayer con solemnidad en el Congreso. Este tipo de prácticas suelen resultar más caras a largo plazo, porque las decisiones duras serán inevitables. Esto ya pasó en el pasado; hay ejemplos a decenas. En González y en Aznar. Zapatero tiene que gobernar o llevar al Consejo de Ministros a Cándido Méndez, si es que todos sus designios pasan por el ok del convento de Hortaleza.

Si se trata de la crisis más grave que la economía española ha transitado en todos sus años de democracia, se necesitan más decisiones ejecutivas que las apuntadas por el Gobierno hasta ahora. Escudarse en el consenso previo entre posiciones irreconciliables es esconder la cabeza debajo del ala hasta que escampe, pero con el riesgo de que cada vez que se levante el ala para mirar el horizonte, el escenario sea más dramático. Si hemos arrancado este año con tres millones de parados, lo terminaremos con 4,5 millones. Eso lo sabe hasta el propio presidente del Gobierno, que se mueve siempre en un halo de optimismo irresponsable.

Ayer tuvo una ocasión excepcional para dar un ejemplo de decisiones ejecutivas valientes, y se limitó a anunciar un recorte de gasto corriente de 1.500 millones de euros, que había propuesto la oposición ya en el debate presupuestario, tal como el Ejecutivo reconoció. Pero dejó claro que el recorte no afectará a las prestaciones sociales y políticas de empleo, ni al sueldo de los funcionarios, que se anotaron ya en la nómina de enero una subida del 3%. Más de tres millones de señores con empleo fijo y eterno financiado por los impuestos de los asalariados que pierden sus puestos de trabajo a razón de varios miles cada día.

Esperar a que la UGT, Comisiones Obreras y la CEOE se pongan de acuerdo en las reformas laborales que le convienen a la economía española es como pedir peras al olmo. Y menos cuando los sindicatos sienten consolidadas sus posiciones con el respaldo ideológico del presidente del Consejo de Ministros. Por tanto, fiar el meneo que precisa el mercado de trabajo (más allá del coste del despido, que no es la solución, pero si lo ha sido en el pasado) a un pacto social, es enterrar toda reforma.

El Gobierno está para gobernar. Se le elige para ejecutar decisiones, para resolver problemas, para llevar negro sobre blanco decisiones al Boletín Oficial del Estado. Al Gobierno y a su presidente se le paga para tomar riesgo y mandar, no para que mande la UGT ni Comisiones Obreras. Si tanta fe tiene el señor presidente en los líderes sindicales, debería sentarlos en el banco azul (con corbata, por favor), y despejar todas las dudas sobre su política económica. Aunque cada vez quedan menos, cierto es, sobre sus intenciones y capacidades.

Felipe González echó muchas veces mano de esta estrategia ciega de "nada sin un pacto previo", ofreciendo a sindicatos y patronal incluso negociar "las cuentas del reino". Pero terminó convencido de que le votaban para gobernar, y gobernó. ¡Vaya si lo hizo!. Puso en marcha la contratación temporal (con el apoyo renegado de la UGT de Redondo); abarató el despido individual y colectivo; eliminó el control administrativo de despidos selectivos económicos; recortó el seguro de paro más expléndido de Europa. ¡Vaya si gobernó!. Cuando lo hizo era tarde, y los costes fueron mayores, pero la economía volvió a dónde debía estar.

Aznar usó la misma estrategia. Arrancó un pacto de incuestionable valor a sindicatos y patronal, tras varias movilizaciones inútiles. Hasta Antonio Gutiérrez, un tipo listo, entendió que, como él decia, "es estúpido pedir cuando no hay nada que dar". Pactaron abaratar el despido para jóvenes, mujeres y mayores de 45 años si se les contrataba fijos. Y funcionó. Pero Aznar se enrocó en un nuevo pacto para reformar la cobertura de desempleo, que tenía abusos imperdonables que aún conserva, y no lo logró. Hizo la reforma por su cuenta, y cuando pagó el precio de una huelga general de medio pelo, cedió. Rato, que quería ser su sucesor, quiso tener un gesto y le convenció para que cediera. Para ese viaje, señor Aznar, no se precisan alforjas.

Zapatero terminará recortando la cobertura de desempleo, porque se hará infinanciable. Y terminará haciendo una reforma del mercado de trabajo, porque el desempleo se hará socialmente insostenible. Al tiempo. Y debería poner en marcha todas las reformas que dice estar dispuesto a hacer cuanto antes, porque cuestan tiempo, y para España empieza a ser tarde para todo.

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