Dialogar sí, pero gobernar también
El presidente del Gobierno acudió ayer al Congreso por séptima vez desde que arrancó la legislatura para dar explicaciones sobre la marcha de la economía. Con un tono más circunspecto y pesimista que el acostumbrado por el optimismo antropológico que anida en él, José Luis Rodríguez Zapatero admitió que nadie ha transitado nunca en España por una situación de la gravedad de ésta, y por ello ofreció y pidió 'cooperación nacional' a la patronal, los sindicatos, las comunidades autónomas, los ayuntamientos y a todas las fuerzas políticas.
La oferta debe ser apreciada en lo que vale, porque sin el concurso de todos, tal como han reconocido líderes empresariales, intelectuales y sociales, no será posible superar las dificultades. Los tres millones de parados van camino de superar con creces los cuatro este año, y España no puede permitirse desperdiciar ni un solo hombro para empujar contra la crisis. Los empresarios y analistas pidieron la pasada semana en las páginas de CincoDías un pacto de Estado, y eso es lo que se desprende de la oferta de Zapatero.
Pero el presidente ha puesto estrictas condiciones a la colaboración y ha cerrado demasiadas puertas a lo que debe ser la gestión de una crisis grave por parte un Gobierno. Se puede estar de acuerdo o no con el anuncio de que habrá protección a los desempleados 'llegue el número de parados hasta donde llegue', porque su financiación no será precisamente una baratija, pero no podemos estar de acuerdo en que las reformas del mercado de trabajo se condicionen únicamente a un acuerdo previo entre la patronal y los sindicatos, de cuyas dificultades sabemos hace tiempo.
El Gobierno está para tomar decisiones. Se le elige para que desbloquee cuestiones, tome decisiones, arriesgue, para que use el BOE y resuelva problemas. Al presidente se le paga para que gobierne, no para delegar en los sindicatos. Ayer anunció un recorte del gasto de 1.500 millones sin encomendarse a ningún pacto. Ese tipo de decisiones, y otras más dolorosas, serán necesarias para recomponer la economía, y ya serán los electores quienes evalúen su gestión, como evaluarán también a quienes resten en vez de sumar. El pasado nos ha enseñado que quemar etapas escudándose en pactos de otros sólo sirve para deteriorar la situación y retrasar la solución. Y no estamos para perder tiempo.
Promete Zapatero riesgo en la inversión productiva y austeridad en el gasto corriente. Para lo primero encontrará la complicidad de los agentes a los que ha pedido colaboración, o debería encontrarla. Para lo segundo topará con la soledad de los gobernantes en los momentos delicados. No debe tener miedo a la crítica si está convencido de lo que hace. Pero no habría sobrado, y sería valiente, que el recorte del gasto llevase de la mano la congelación del sueldo de los funcionarios públicos, con empleo permanente financiados por los impuestos de todos los españoles del sector privado que pierden su salario a miles cada día.
Tranquiliza, en todo caso, saber que se pondrá en marcha la maquinaria para buscar algunas reformas estructurales para ensanchar el crecimiento cuando la virulencia de la crisis haya amainado. Pero no tenemos todo el tiempo del mundo, ni estamos en condiciones de excluir ni una sola de las reformas.