Televisiones de pago y pago de televisiones
Pensábamos que las televisiones de pago eran canales privados a los que era preciso suscribirse instalando aquellos descodificadores que el inolvidado ministro de Fomento, Paco Cascos -premiado con el chirimoyo de oro en Granada cuando el chapapote ennegrecía las playas de Galicia-, quería reinventar simultáneamente a la declaración en el BOE del fútbol como asunto de interés nacional.
Pero el pago por visión, el pay per view para entendernos en castellano, se ha venido abajo con la caída de la Liga de los galácticos y la entrada en liza de La Sexta y su oferta deportiva en periodo de gratis total irresistible para el espectador doméstico, a quien una vez captado se intentará después reconducir hacia el canal de pago de TDT que se espera merecer de Moncloa.
Mientras tanto están pendientes de evaluarse los efectos sobre los establecimientos de hostelería, porque si bien la gratuidad elimina un incentivo para esos clientes deseosos de ahorrarse la compra del partido con cargo a la economía doméstica, hay otro sector afiliado al principio de que como fuera de casa en ninguna parte, para el cual es además irrenunciable el ejercicio de compartir emociones en el bar de la peña donde se concentra la hinchada.
Repetimos, pensábamos que las televisiones de pago eran los canales privados pero acabamos de descubrir que nuestro pensamiento era erróneo y que las verdaderas televisiones de pago son los canales públicos. Con la interesante diferencia de que el pago de las televisiones públicas resulta obligatorio, se carga a la cuenta de los Presupuestos Generales del Estado, de la comunidad autónoma o del municipio de que se trate, según su alcance. Es decir, que carece de la voluntariedad característica del abono libre cuyo importe sólo grava sobre quien desea suscribirse.
Ahora observamos que son los canales públicos los que hemos de pagar de nuestro bolsillo, incluso sin querer. Semejante situación es denunciada por los empresarios de las televisiones privadas, que salen al proscenio para lanzar declaraciones incandescentes, reclamando la desaparición de quienes bajo esa condición de públicos les arruinan al competir de manera ventajista acogidos a la doble financiación de las subvenciones y de la publicidad comercial.
En todo caso, que nadie espere en las líneas que siguen encontrar una apología de los canales privados, cuya ejecutoria considero más que discutible, entregados en ocasiones al ejercicio circense del más abyecto todavía, bajo el principio de todo por la audiencia, de la que se hace la interpretación más degradada. La misma que tenía aquella novelista, buena amiga mía, para quien los hombres eran como las gallinas porque aunque les echaran trigo preferían irse a la mierda. Una tendencia en la que luego se hace hincapié para otorgar los únicos certificados de calidad cuando los expertos interesados dictaminan que no hay buena o mala televisión, que sólo hay dos clases de televisión: la que tiene espectadores y la que no los tiene. O como señalaba nuestro Cuco Cerecedo: millones de moscas no pueden equivocarse cuando señalan la superioridad de la basura.
Pero que nadie suponga tampoco que aquí va a encontrarse con un ataque furibundo a los canales privados. Primero, porque han demostrado otras virtudes, como la de haber dado cierta cancha al pluralismo.
Segundo, yendo a un plano personal, porque les tengo el agradecimiento de que hayan acogido muchas veces mis colaboraciones y las tendencias suicidas en el ámbito laboral deben ser mantenidas a raya, con mayor motivo cuando se presentan situaciones de crisis agudas como sucede en el momento presente.
Tercero, porque empieza a faltar espacio disponible. Así que las líneas finales buscarán ese ten con ten entre el Evangelio y el Remy Martin, que se decía cuando los tecnócratas encabezados por Laureano López Rodó marcaban estilo y nos llevaban 'por el desarrollismo hacia Dios' mientras atenuaban los efectos de aquella 'revolución pendiente' de los falangistas auténticos,
El próximo viernes atenderemos otras cuestiones pendientes y pediremos las explicaciones que nos son debidas por los 100 millones de pérdidas al cierre del ejercicio de 2008 que calcula la corporación de RTVE, sin que contra lo previsto en la ley de la radio y televisión de titularidad estatal de 5 de junio de 2006 y en el mandato marco para esa misma corporación de 4 de diciembre de 2007 este incumplimiento acarrea las consecuencias legales anunciadas. Continuará.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista