¿Se acabó la fiesta en Davos?
En España, oficialmente ya en recesión, se ha acabado la fiesta, como también se ha terminado en los países de nuestro entorno, subraya el autor. En su opinión, ha concluido asimismo en el Foro de Davos, donde muchos de sus conspicuos figurantes de antaño guardan hoy ominoso silencio
Nos están dando la vara repitiendo hasta la saciedad que en España se acabó la fiesta. Reconozcamos que aquí, como en otros muchos países, estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades dentro de una burbuja, en nuestro caso, inmobiliaria, cuya perennidad contravenía la inexorable ley de la gravedad. En el campo de los más avisados se enfrentaban dos escuelas de pensamiento, la de los que pronosticaban un aterrizaje suave y la de los que predecían otro más brusco. Al final se ha comprobado, como escribió Julio Cerón, que 'la ley de la gravedad no es nada en comparación con lo que nos espera'. El caso es que nos gustaría vivir como vivíamos pero pudiendo, y ahí en ese pudiendo reside la dificultad.
Registremos el gran alivio producido aquí cuando por fin se ha confirmado que estamos en recesión, según dictamina con toda su autoridad el propio Banco de España. Una recesión que compartimos con quienes nos vienen dedicando sus más acerbas críticas. Porque, queridos lectores, sepamos que la fiesta también se ha terminado en los demás países de nuestro entorno. Sin que se vea por parte alguna quién puede cantar victoria o proclamarse como la venturosa excepción. Ni nuestra admirada Islandia en el océano, ni Francia con su Sarkozy y su Carla, ni el Reino Unido con sus bancos nacionalizados, ni la Italia del admirado Berlusconi y Briatore, ni Portugal, ni los Países Bajos y su ING, ni la Rusia de Putin. No hay donde poner los ojos.
Y en éstas, el calendario, que no perdona, nos traslada al Foro de Davos. La murga que nos han dado con Davos ha sido de aúpa. Una verdadera feria de las vanidades, siempre preparada para encumbrar a las figuritas más o menos inventadas de la economía, de la política, de la banca, de los medios de comunicación. Hemos aguantado más que unos buzos la sarta continuada de despropósitos para el lucimiento del pensamiento único de los liberal-nihilistas. Había que terminar con el lastre de la economía de progreso, es decir con el Estado del bienestar, al que se atribuían todas las dificultades de la Unión Europea para competir con la modernidad de Estados Unidos, siempre ejemplar en el dinamismo económico y la creación de empleo.
Pero amigos, llegaron las vacas flacas, traídas precisamente por los norteamericanos con las hipotecas subprime y las estafas de Wall Street, donde parecía residir el no va más de la regulación. Se vinieron abajo los gigantes de la banca, del coloso Greenspan no quedaron ni los cascotes y todos los analistas, empresas auditoras y agencias de rating quedaron en paños menores cuando apareció Madoff con su estafa a cuestas y todos los enanitos que a su escala iniciaban el mismo itinerario sin que nadie pusiera coto a sus abusos. Así que menos lobos Caperucita y menos papanatismo y bobaliconería admirativa hacia un supuesto modelo que hace agua por todos lados. Que esto nos haya pasado en Wall Street es el equivalente a la publicación de un número monográfico de Play Boy dando cuenta de una orgía en la Capilla Sixtina del Vaticano. Nos han faltado al respeto.
Pero volvamos al Foro de Davos, desde donde tantos nos adoctrinaron, incluido Pedro José y compañeros del más acrisolado liberalismo. Cuenta el diario Herald Tribune que este año muchos de estos conspicuos figurantes guardan un ominoso silencio. La columnista Katrin Bennhold, en su análisis de primera página, señala que la cuestión a dilucidar ahora es si el denostado welfare system europeo terminará por convertirse en el modelo del siglo XXI. Desde luego, las cuatro páginas del special report que el Herald dedica a comparar lo que algunos de los próceres con tribuna en Davos dijeron hace un año y lo que ahora apuntan son de aurora boreal. Atentos.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista