Enfermo terminal y en proceso de divorcio
La imparable caída del Producto Interior Bruto (PIB) en gran parte del planeta reabre el debate sobre la fiabilidad de ese indicador estadístico como reflejo de la riqueza de un país.
Las dudas sobre el PIB no son nuevas. A finales de 2007, ya se celebraron varias conferencias internacionales, en Bruselas y en Bangkok, sobre la conveniencia de refinar el cálculo de la riqueza de un país para incluir factores como la sostenibilidad de su economía, las condiciones de vida de sus ciudadanos e, incluso, algo tan subjetivo como la felicidad reinante (o ausente).
En enero de 2008, el presidente francés Nicolas Sarkozy también pidió a dos premios Nobel de Economía, Joseph Stiglitz y Amartya Sen, entre otros especialistas, que le presentaran propuestas sobre un indicador de PIB más humano. En abril se conocerán sus ideas. Si Sarkozy logra que Stiglitz y Sen incluyan la gastronomía o la enología en el nuevo indicador, sin duda Francia rebasará a muchos países anglosajones en la liga mundial de crecimiento.
Parece haber coincidencia en que el PIB no refleja fielmente la situación económica de los ciudadanos de a pie. Y que las tasas de crecimiento de un país pueden ocultar el empobrecimiento de parte de su población y el aumento de las desigualdades. El indicador, además, no distingue entre los factores que suma, por lo que un desastre como el huracán Katrina tuvo en realidad un efecto positivo para el PIB de EE UU por los gastos de reconstrucción que provocó. Esa distorsión estadística puede ser tan perversa que, como recuerda hoy en un excelente artículo el Financial Times, "el héroe de la estadística del PIB sería un enfermo de cáncer terminal sometido a un costoso tratamiento y con un proceso de divorcio oneroso".
A pesar de las críticas, sin embargo, el PIB sigue teniendo la indudable ventaja de que está basado en elementos objetivos y cuantificables, sin decisión política o moral sobre lo que se computa. Quizá no merezca seguir siendo el único faro de los planes económicos de un país. Pero hasta que se elabore otro indicador mejor, sirve para traducir a cifras lo que indica la realidad: que China crece muchísimo y Francia, no. (Y la cocina de Hong Kong, por cierto, no tiene nada que envidiar a la de París).