Un domingo cualquiera
Barclays parecía el siguiente en la lista. El mercado había colocado a la entidad británica en su punto de mira, y sabido es que, cuando los grandes inversores enganchan una yugular, no suele ser fácil que la suelten. Era, además, fin de semana, y de medio año a esta parte los domingos suelen ser día de aperitivo, fútbol y nacionalizaciones bancarias. Pero no. Barclays amaneció ayer con una pérdida extraordinaria de varios miles de millones y asegurando que no necesita capital. Subió el 73%. Y permitió un rebote furioso de los mercados europeos.
Podría haber sido de otro modo. Podría haberse anunciado una inyección pública de capital. Y los mercados habrían vuelto a mínimos, y la artillería financiera estaría ya ajustando el tiro para su próximo objetivo. Otro lunes aciago que apretaría un poco más el torniquete financiero sobre la economía mundial.
Donde se lee Barclays se puede escribir ING, o cualquier otra entidad. La sensación de estar al borde de un nuevo cataclismo financiero a cada día que pasa ha regresado, con los mismos acompañantes que en meses anteriores: alta volatilidad, aversión al riesgo, movimientos poco racionales en el mercado de deuda y peticiones de socorro a unas autoridades desbordadas. Esta misma semana, en la reunión de la Fed, se baraja que el Banco Central de EE UU se decida a imprimir billetes para comprar bonos del Tesoro. Ayer ING colocó al Estado un importante paquete de deuda tóxica y la expectativa de nuevas nacionalizaciones llegará tan pronto como la Bolsa vuelva a tantear los mínimos.
Ahora bien, el pasado domingo no hubo gabinete de crisis en las cancillerías europeas, al menos que se sepa, y el ventoso amanecer del lunes no ha traído nuevas muescas que apuntar en el revólver de la ingeniería financiera. Como un domingo cualquiera, un resbalón, el bote caprichoso de una pelota o un centímetro de menos marcan la línea. O todo o nada.