Un impulso real para la industria
La voluntariosa pretensión del Gobierno de que la industria tome el relevo a la construcción como motor económico está cada vez más lejos. El sector industrial, que está sufriendo con virulencia la crisis, ha perdido 180.000 empleos en 2008 y su producción ha descendido un 15% en doce meses -noviembre sobre noviembre-, la mayor caída recogida por la serie estadística. Aunque es un mal generalizado entre las grandes economías europeas, que también experimentan retrocesos históricos (Alemania, un 10%; Francia, un 9%, y Reino Unido, un 7%), España sobresale. Es necesario -y urgente- que el Gobierno acometa medidas coyunturales para apuntalar el sector, pero lo es más contar con un verdadero plan que convierta la industria en motor económico.
Antes, sin embargo, hay que interrogarse sobre la voluntad política de llevarlo a cabo. Y para ello hay que responder a dos cuestiones. ¿Puede España tener industria? La respuesta debe ser rotunda: sí. España puede y debe desarrollar empresas manufactureras de primer orden, tal y como hacen el resto de potencias económicas. La segunda pregunta es: ¿quiere España tener industria? La respuesta es idéntica. En los últimos lustros, los servicios y especialmente la construcción han restado recursos financieros y capital humano a esa actividad. Ahora, con ambos perdiendo fuelle, se evidencia la carencia de un sector industrial más competitivo.
Y de ahí se deriva una tercera cuestión: ¿qué industria se quiere? España debe aspirar a jugar en la primera división, lo que exige empresas que sustenten su competitividad en una tecnología punta, con capital humano altamente cualificado y productivo, y una adecuada estructura de costes y precios.
Es esta una aspiración compartida por Gobierno, oposición y agentes sociales que, sin embargo, se resiste a cuajar. La actual agenda de diálogo social ha incluido una mesa industrial con el fin de poner las bases para un marco que facilite el desarrollo de esa industria que se anhela. El Gobierno debe asegurar que el índice de materias sea amplio y con visión de largo plazo, porque a pesar de la actual situación sería un grave error centrarse sólo en atajar los problemas más coyunturales.
La tarea es amplia y difícil, pero eso no significa que se pueda dilatar. La crisis ha servido para desnudar las debilidades del sistema productivo español y se perdería una gran oportunidad si, para cuando el ciclo cambie, no se han establecido las bases de una nueva industria moderna y pujante. El recorte de las trabas burocráticas que encarecen los procesos productivos, un replanteamiento del marco fiscal sin apriorismos y mayores facilidades para crear empleo -como demanda en estas mismas páginas el presidente del grupo Barceló y del Instituto de Empresa Familiar, Simón Pedro Barceló-, así como afrontar reformas laborales para atajar, entre otras cosas, el alto absentismo, mejorar y prestigiar la formación profesional o incidir en una mayor coordinación entre la investigación pública y privada son algunas de las medidas evidentes a acelerar. Además de mejorar las infraestructuras y acometer un modelo energético que no lastre a las empresas. Porque, si el marco no incentiva a los emprendedores, la industria, la riqueza, y el empleo que crea, se alejarán de España.