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Pobres de aquellos que tienen mal perder

Durante las vacaciones me gusta ver los concursos de la televisión. El resto del año, apenas tengo tiempo, pero es un género que me atrae bastante. Y diferencio entre concursos que acogen a participantes con talla deportiva, que acuden a la pequeña pantalla con el único afán de demostrar toda su sabiduría, de aquellos que reciben a personajes que sólo buscan hacerse un hueco entre la galería de turno de famosillos. Suelen ser gente, este segundo grupo, sin sana competitividad. Una de estas frías noches lo he comprobado.

Un grupo de expulsados del concurso, es decir, perdedores, arremetían sin piedad contra aquellos que habían llegado, por sus propios méritos o porque habían caído más simpáticos a la audiencia, a la final. Y lo hacían sin ningún tipo de escrúpulo ni de argumentos, sólo les servía el insulto. Qué triste que no sepamos perder. Deberían enseñarnos en la escuela que no tenemos que ser los primeros a toda costa, que lo importante es disfrutar de la competición. Y si al final se recibe un premio, pues mejor, pero eso no es lo importante, porque si sólo nos interesa llegar a la meta, no disfrutamos de todo lo que acontece en el camino.

Los triunfos están bien, pero también todo lo que hay alrededor. Por ello, entristece ver cómo empresarios y ejecutivos que han estado en primera fila y han acumulado a lo largo de su trayectoria grandes éxitos no soportan una derrota (perder la fortuna lo es, y muy grande) y deciden cortar por lo sano y quitarse la vida. Qué mal ejemplo para generaciones futuras.

Vivimos malos tiempos, y los datos nos indican que la borrasca va a seguir, pero no hay que tirar la toalla. Jamás.

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