El empleo es el primer objetivo
El pasado año se cerró con 3,12 millones de parados, récord en la historia de los servicios públicos de empleo. Casi un millón de personas, unas 900.000, han perdido su trabajo en 2008. Un triste récord. Alemania, con el doble de población activa, tiene 3,18 millones de parados, y en diciembre, el mes más dramático en la historia del mercado de trabajo, mientras España ha perdido 354.000 empleos, Alemania sólo ha cedido 18.000.
Y el futuro sigue plagado de nubarrones. La sangría continuará los próximos meses, aunque el ritmo remitirá tras el verano. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, reconoció ayer que éste será un año 'duro y difícil' y explicó que la tarea primordial será crear empleos para recuperar el millón de puestos perdidos. No hay duda: el paro debe ser la prioridad del Gobierno y es urgente revertir la tendencia. El plan del Ejecutivo para crear empleo en la construcción articulado a través de los ayuntamientos -dotado con 8.000 millones de euros- puede ayudar. Pero es imprescindible que se inicie de inmediato. Como también urge que el Gobierno presente el plan de ayuda al sector del automóvil, para el que anunció 800 millones. Con más de 60.000 trabajadores afectados por regulaciones de empleo no hay demora que valga. Estas y otras medidas son tan urgentes como la normalización del crédito a las empresas, para que puedan ejercer su actividad natural, que es crear riqueza. Porque a pesar de las ayudas públicas, la solución contra el paro está en el sector privado.
La intención del Gobierno de recuperar este millón de empleos es encomiable. Pero eso no es suficiente. El problema de fondo está en los más de tres millones de personas que no tienen trabajo. Para conseguir que la economía española sea capaz de generar tanto empleo como se requiere, no bastará con los planes urgentes. Es obvio que algo no funciona en el sistema productivo español, que crea empleo a un ritmo tan vertiginoso como lo destruye. El orgullo esgrimido por los poderes públicos durante los años del boom inmobiliario -cuando España era el motor del empleo en Europa- ha de tornarse ahora en una seria reflexión colectiva con el fin de sentar las bases de una economía capaz de soportar los ciclos con mayor fortaleza. Las autoridades y los agentes económicos y sociales deben apostar por ofertar productos y servicios competitivos, sustentados en la productividad y no en el uso intensivo de mano de obra. El empleo de escaso valor añadido, del que se nutrió con abundancia la economía los últimos años, está mostrando en estos momentos con toda la crudeza su debilidad.
Ante este reto, es incomprensible la parálisis que está sufriendo el diálogo social que el Gobierno prometió pilotar. De momento no hay avances ni en materia de política laboral ni industrial. El Ejecutivo, los empresarios y los sindicatos deben dejar al margen las demandas cortoplacistas para avanzar en ese nuevo modelo productivo que tanto urge, y que está por concretar. Bien están las prestaciones por desempleo, y más en situaciones de crisis profunda. Pero lo verdaderamente eficaz contra el paro es que la economía sea capaz de crear empleo, y que lo haga no sólo en cantidad suficiente, sino también en calidad y perdurabilidad.