_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Madoff habitaba entre nosotros

Invertir con Bernard Madoff había llegado a ser un signo de distinción, un emblema de relevancia social, destaca el autor, para lo que se valió de apellidos ilustres para su expansión internacional. Sus ramificaciones en España son ahora investigadas por la Fiscalía Anticorrupción

Madoff se nos apareció en ese momento admirable cuando sus hijos, en las antípodas del modelo de piedad filial descrito en el Génesis a propósito de la progenie de Noé, en vez de taparle las vergüenzas procedieron a denunciarle inmediatamente después de escuchar la confesión de su padre. Pero mi corresponsal en Nueva York insiste en que Madoff no estaba solo, en que su caso no era único y en que a su estafa ha de reconocérsele el mérito de haber sido consumada a costa de los que pasaban por ser los más listos de la clase.

Madoff se ha convertido en una comprobación del prestigio que añade siempre la escasez. Invertir con Madoff había llegado a ser un signo de distinción, un emblema de relevancia social, algo así como cazar en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, pescar en el Índico o ser maestrante en Sevilla.

Madoff se había hecho desear a base de ser muy estricto y reservarse el derecho de admisión para escoger muy bien a quienes aceptaba como inversores. Por una vez, ¡albricias!, los pobres estaban rigurosamente excluidos de la estafa.

Observemos que algunos atorrantes nos quieren hacer creer que el prodigio de las comunicaciones, encabalgado a lomos de las nuevas tecnologías, ha logrado suprimir las distancias y ha eliminado por completo el impacto de las relaciones interpersonales en vivo y en directo. Como si bastara ser internauta, valerse del sistema de mensajes a móviles, proceder a la recepción y envío de correos electrónicos por la Blackberry o sostener conversaciones mediante Skype, con webcam incluida, para invalidar el encuentro físico entre dos interlocutores, ya sea en el ámbito de los negocios o en el de la política. Craso error.

Sucede como en las guerras, donde nadie discute la importancia de la preparación artillera ni tampoco la necesidad de asegurarse la superioridad aérea, pero nadie puede evitar tampoco que llegue el momento de pisar el terreno y de proceder con la infantería a la ocupación del objetivo geográfico que se haya determinado, sin la cual es absurdo cantar victoria.

Pero nuestro Madoff sabía bien que nada sustituye el contacto personal, sostenía que hay convicciones que crean evidencia. Por eso, envió por todo el mundo sus apóstoles del fraude a difundir la buena nueva de las oportunidades inversoras de la casa. Madoff supo acertar con el reparto de tareas. Por eso, de convencer a los franceses encargó nada menos que a Thierry Magon de la Villehuchet. De la fuerza de sus apellidos es buena prueba que fuera capaz de captar como inversora a la dueña de L'Oréal, Lilliane Bettencourt, considerada la mujer más rica del mundo, número 17 de la lista de Forbes con una fortuna estimada de 16.350 millones de euros. Otra cosa es que para no desmerecer frente a su particular código del honor haya optado por el suicido con tan solo 65 años aprovechando una de sus escapadas al apartamento en propiedad que tenía en la Madison Avenue de Nueva York.

Madoff quería habitar entre nosotros y para las tareas de captación y zapa envió a España al colombiano Andrés Piedrahíta, yerno de Walter Noel, uno de sus socios decisivos y propietario del fondo de inversiones Fairfield Greenwich. En su designación se tuvieron en cuenta los encantos que le adornan para el trato personal, su afición fiestera, su habilidad para mimetizarse con el paisaje social.

Lo supo hacer de cine pero, como decía un periodista buen amigo mío en un telegrama para el informativo Hora 14 de la Cadena SER, a Piedrahíta se le acabaron los días de vino y rosas en sus mansiones de Puerta de Hierro y de Mallorca, por donde había ido pasando lo más granado de las fortunas españolas. Sus próceres acudían allí deseosos de merecer el sí de Piedrahíta para incorporarse a tan prestigioso grupo inversor, al que acabaron confiando una suma de más de 3.000 millones de euros.

Lo que parecían cosas de régimen interior han provocado un súbito interés de la Fiscalía Anticorrupción que se dispone ahora a investigar si Piedrahíta conocía la estafa y si así resultara, acusarle de cooperador necesario. En todo caso, el jeroglífico carece de solución inteligible para quien no haya leído La economía del fraude inocente, donde John Galbraith nos anticipaba hace más de cuatro años el escenario que estamos contemplando.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

Archivado En

_
_