Los 6.000 elegidos que mueven los hilos
David Rothkopf, ex asesor de Clinton y Kissinger, desvela las redes del poder político, económico y militar.
El mundo no lo mueven unos cuantos conspiradores en la sombra con un objetivo maquiavélico, pero los líderes tampoco están entusiasmados con la idea de perder su poder. Un total de 6.000 políticos, empresarios y artistas con influencia son quienes toman las decisiones que afectan a los otros 6.000 millones. Son uno entre un millón, un grupo en el que es difícil entrar, pero del que se puede salir en cualquier momento si no se está atento. David Rothkopf, alto funcionario con Bill Clinton que también trabajó con Kissinger, cuenta en El club de los elegidos (Tendencias) su visión de la Superclase, que ha podido conocer en su experiencia como político y empresario.
Aunque no da una lista como tal, el libro da pistas sobre el perfil de los elegidos. Haber nacido varón ayuda mucho, puesto que sólo el 6,3% de los líderes son mujeres. 'Aunque a menudo se aduce que pocas mujeres están dispuestas a hacer los sacrificios necesarios para ingresar en las filas de los poderosos, las que hay parecen disfrutar de su estatus especial como líderes femeninas', apunta Rothkopf.
La generación del baby boom sigue siendo la que lleva las riendas. Sólo el 3% de los líderes tiene menos de 40 años, y el 45% supera los 60. La edad media es de 58 años. Estados Unidos cuenta con el 17%, cuatro veces más de lo que le corresponde por población. Pero Europa en su conjunto alcanza el 33%. Las universidades de élite suministran el 30% de los poderosos, el 63% se dedica a la empresa o las finanzas, y sólo el 2% van por libre, al margen de cualquier organización política, económica o militar.
'Usted no necesita conspirar una vez que ha fijado las reglas', dice el Nobel Stiglitz
Aunque la riqueza no se traduce automáticamente en poder, alrededor del 60% de la superclase son millonarios. Con todo, cumplir todas estas condiciones no asegura nada. Hay algo más, cuenta Rothkopf, algo como el 'magnetismo' de Kissinger, de cuya consultora Kissinger Associates fue consejero delegado. 'Tenía una extraordinaria formación, era brillante y encantador, y en cualquier situación era el maestro de ceremonias'.
Rothkopf es un habitual del Foro Económico Mundial, en Davos (Suiza), el pequeño pueblo que cada mes de enero se convierte en la mayor cita anual de los elegidos. Por allí se pasean Tony Blair o Bill Gates, pero también un best seller como Paulo Coelho, autor de El alquimista. Para el escritor brasileño, el objetivo de reuniones como la de Davos no es tanto ordenar el mundo como verse mutuamente, conocer a quienes forman parte de tu grupo.
La coincidencia de intereses y de vivencias acaba por crear vínculos humanos. Los ayudantes de Bill Clinton recuerdan que con el paso del tiempo fue creando lazos muy estrechos con otros líderes como Boris Yeltsin, puesto que eran los únicos que comprendían verdaderamente su posición y los problemas a los que se enfrentaba.
Los miembros de la élite acaban por compartir barrio o inversión; la presunta estafa de Madoff, que ha afectado a muchos poderosos, revela que la red de intereses es intrincada. Rothkopf analiza el Carlyle Group, una de las firmas de capital privado más grandes del mundo, que ha tenido entre sus empleados a importantes personalidades, entre ellas George W. Bush.
Las teorías de la conspiración suelen cebarse con los predecesores de Davos, como el club Bildeberg o la Comisión Trilateral. Miembros de Bildeberg reconocen que en su nacimiento, en los cincuenta, tenían influencia, pero que la han perdido casi toda; y antiguos integrantes de la Trilateral la califican como reunión de 'viejas glorias'.
Pero Rothkopf no es complaciente, y recuerda que lo que más une a los poderosos es justamente eso, tener poder, y que en otros aspectos tienen ideas muy distintas. A veces su interés común consiste en recibir a dictadores corruptos. Y otras, simplemente en mantenerse mutuamente en el poder. El autor pone el ejemplo de la élite de Chile, un país con una renta per cápita mayor que los de su entorno. Allí los dirigentes son reticentes a aumentar la competitividad y fomentar el espíritu de empresa para reducir la desigualdad entre clases sociales, algo que Rothkopf atribuye a que quieren evitar la posibilidad de perder sus privilegios.
Cuando los intereses de los 6.000 elegidos se unen, pocas fuerzas contemporáneas se les pueden comparar. Pueden hacer casi todo lo que quieren, no necesitan andar con subterfugios. Rothkopf cita al Nobel de economía Joseph Stiglitz: 'Usted no necesita conspirar una vez que ha establecido las reglas'. Rothkopf insiste en que, precisamente por eso, el grupo no debería dejar de cumplir su papel de guardián de los intereses públicos globales.
Gustos y disgustos. Placeres y rivales
Un avión Gulfstream como marca de estatus
Un distintivo claro de que alguien pertenece a la élite es que tenga un avión privado Gulfstream. Sólo hay 1.500 aeronaves en servicio en el mundo. Su precio es de al menos 32 millones de euros, y cada año se venden unos 80. Los clientes buscan lujo, pero cada vez están más preocupados por la seguridad, por la privacidad, y por la flexibilidad de horarios. Para quien un avión como ese no es suficiente, hay un número reducido pero creciente de aviones de pasajeros como Boeing 737 reconvertidos al uso privado. Su precio no baja de los 215 millones de euros. Los aviones Gulfstream son modestos en comparación; están hechos a la medida, pero sutilmente. Un foro como el de Davos acoge al 10% de todos los clientes de Gulfstream. El Salón del Automóvil de Ginebra, la Copa Ryder, la Super Bowl o el Mundial de fútbol también son auténticos certámenes de sus jets privados.
Atacar la red del líder para ganar la guerra
En un crucero por el río Potomac (costa oeste de EE UU), a finales de los noventa, Rothkopf comprendió la importancia de las redes del poder incluso en una campaña bélica. Celebraba el cumpleaños de su socio en Intellibridge, el ex asesor de seguridad nacional Tony Lake. El entonces asesor asistente de seguridad nacional, Leon Fuerth, le contó las frustraciones de la campaña de EE UU contra Slobodan Milosevic en la ex Yugoslavia, que ya duraba más de 70 días. El bombardeo de objetivos estratégicos, como puentes y carreteras, no funcionaba. Así que cambiaron de plan: atacarían las fábricas y activos de los amigos más íntimos de Milosevic. El serbio no se preocupaba por la situación de su pueblo, sino sólo de sus fieles. Poco después de ponerse en marcha esta nueva estrategia, la campaña terminó, y Milosevic fue derrotado en las elecciones y más tarde enjuiciado.
La ambición derrotada de Jodorkovsky
Mijail Jodorkovsky tenía la mirada de las personas extremadamente ambiciosas. Y algo más: era un poco inquietante y lánguidamente misterioso. Así le recuerda David Rothkopf, que comió con él antes de que comprara la petrolera Yukos. 'Pensaba que la franqueza era peligrosa, que había enemigos por todas partes'. Jodorkovsky, que de ser un aliado del Gobierno ruso pasó a ser una amenaza a la hegemonía de Putin, acabó en prisión. Su vida es la de otros muchos rusos, que aprovecharon las oportunidades de un cataclismo (la caída de la URSS) pero que fueron aplastados por la élite estatal. Roman Abramovich, en cambio, mantuvo un perfil bajo todo el tiempo posible; cuando ya no pudo evitarlo, contrató a agentes de prensa que controlaran su imagen, y mantuvo una estrecha relación con Putin. Por si acaso, diversificó sus activos comprando propiedades en Europa occidental.
Edificios llenos de poder y de lujo
Los ricos y poderosos coinciden a menudo en restaurantes, hoteles y centros turísticos. A veces incluso son vecinos, como los residentes de Kensington Palace Gardens, en Londres. Allí vive Lakshmi Mittal, que pagó 70 millones de euros en 2004 por su casa. A pocos metros están las embajadas de diez países, y las residencias de la familia real saudí, del sultán de Brunei, del magnate británico inmobiliario Jonathan Hunt y de Len Blavatnik, millonario ruso. En Nueva York el edificio por excelencia es 740 de Park Avenue, en otra época hogar de los Rockefeller y de la familia de Jacqueline Kennedy. Ahora lo habitan el pionero de las compras apalancadas Henry Kravis, el director ejecutivo del Grupo Blackstone, Stephen Schwarzman, y el propietario de los cosméticos Revlon, Ron Perelman. El vestíbulo de la planta es discreto, lo mismo que el servicio de seguridad, en contraste con los apartamentos.