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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El efecto de las subvenciones

La crisis económica, en parte multiplicada y complicada por la parálisis financiera mundial, está pasando gravosas facturas a todos los sectores económicos, menos a aquellos dedicados a actividades no cíclicas. La caída de la actividad detectada ya por los indicadores de demanda de los hogares está empezando a filtrarse a las cuentas de las empresas, que también han comenzado a llevar a su gestión los primeros ajustes de empleo tras años de bonanza. Aunque los estabilizadores automáticos absorben buena parte del impacto de la pérdida de empleo, tras cuatro trimestres de actividad declinante no hay ya un solo indicador que no haya entrado en barrena: consumo, inversión, empleo, cuentas públicas, etc. Sólo los resultados de las empresas mantienen la inercia de los últimos años, aunque con una erosión ya abultada.

Desde el arranque de este año, tras unos meses perdidos en los que las autoridades discutían la verdadera naturaleza de la crisis económica, se han puesto en marcha varios paquetes de ayuda fiscal y monetaria a los consumidores y a las empresas de forma genérica, aunque han sido tragados por el pesimismo y no han evitado la llegada brusca de una recesión. A la vuelta del verano, cuando la contracción de la actividad ha dado una virulenta vuelta de tuerca y el ajuste ha llegado al empleo y ha amenazado incluso la supervivencia de ingentes cantidades de sociedades de diverso tamaño, ha sido práctica regular la puesta en marcha de diversos mecanismos de ayuda sectoriales.

Las líneas aéreas han logrado, como consiguieron los transportistas con un duro conflicto en las carreteras, un aplazamiento de sus obligaciones con la Seguridad Social. La industria del automóvil, lastrada por un descenso de las ventas brutal, en el que las caídas superan el 30%, negocia diversas medidas que suavicen la travesía del desierto a nivel autonómico, nacional y europeo, además de utilizar el tradicional privilegio de la regulación temporal financiada por la caja del Inem, y de haber arrancado a Industria un nuevo plan Renove.

El pasado viernes, el Consejo de Ministros incluyó el sector turístico en su programa de ayudas para reconvertir las infraestructuras del sector con un sistema de créditos blandos de largo plazo financiados por el ICO. Todo este tipo de incentivos, junto con las medidas financieras transversales para aliviar los problemas de liquidez de miles de empresas, supone un esfuerzo importante por parte del erario público que no debe despreciarse. Además, el Gobierno ha admitido que las ventanillas de Hacienda y la Seguridad Social están abiertas para que los aplazamientos de las obligaciones fiscales puedan aliviar también el circulante e incluso los resultados de las compañías.

Este ingente esfuerzo de los contribuyentes para sostener a sectores enteros podría ser en vano si la crisis se prolongase en exceso. Pero el Gobierno debería concentrar esfuerzos, tal como el Banco de España ha aconsejado, para generalizar los estímulos en el futuro, puesto que generarán sinergias multiplicadoras de la actividad, además de evitar la competencia desleal de las ayudas sectoriales. No obstante, más importante es una reforma integral de todos aquellos mercados de bienes, servicios y factores que pueden ensanchar la capacidad de crecimiento, y que no cuestan dinero.

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