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Sin transparencia no hay mercado

Nuño Rodrigo

El crac crediticio ha provocado un debate de nuevo cuño sobre hasta qué punto debe estar regulado el sector financiero. Un debate sano en la medida en que durante muchos años, y a lomos de la bonanza económica y financiera, algunos supervisores dejaron de hacer su trabajo, como rezaba el comunicado final del G-20, ya fuese por dejadez propia o, como sucedió en el caso de la regulación de derivados, también por la oposición de responsables políticos.

Que más regulación no implica un mejor control de los mercados es una obviedad. Ahora bien, eso no implica que menos regulación sí suponga mejor regulación. En este caso, cantidad y calidad son dos variables independientes, y la que interesa es sólo una de ellas. Así, en el calor del debate público -ahora que la supervisión financiera aparece en el debate público- la generalización y la adopción de posturas maximalistas nublan el panorama. Y la cuestión no es regular por regular o liberalizar por liberalizar, sino en qué medida estas decisiones ayudan a que el mercado financiero sea eficiente y estable. Eso, sin entrar en cuestiones muy subjetivas como el papel de los mercados en la economía y la sociedad.

Pero, volviendo a la cuestión terrenal, muchas veces se olvidan los parámetros básicos de la competencia en un sistema de mercado. Y uno de ellos es la transparencia. Sin transparencia no hay mercado. Si se permite que los bienes, servicios o activos oculten todas o parte de sus características cuando se dejan al albur del juego de oferta y demanda, los precios no reflejan la información que deberían reflejar -quien compra la desconoce-, y quedan profundamente distorsionados. Y cuanto mayores sean las distorsiones y mayores los mercados afectados, mayores son los efectos sobre el conjunto de la economía, como se está comprobando dolorosamente. La transparencia en los mercados financieros no es un capricho intervencionista, sino una condición necesaria para que se pueda hablar de mercado.

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