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¿Y qué esperaban?

Miguel Rodríguez

Ya lo advirtió la semana pasada el vicepresidente Pedro Solbes: 'uno no entra a desayunar un café con churros y por la tarde está refundando el capitalismo'. Puede que el comunicado que emitió el G-20 tras la reunión del sábado no sea la panacea que va a sacar a las economías de la recesión de un día para otro. Ni tampoco propone un cambio de modelo radical, una nueva era para los sistemas financieros como lo fue la conferencia de Bretton Woods.

Los mercados, de hecho, hicieron caso omiso ayer de la reunión de este fin de semana y se empecinaron en seguir cayendo, más preocupados por los indicadores económicos y de beneficios de las empresas que por lo que puedan suponer de revolucionario los acuerdos alcanzados en Washington.

Dicen los analistas que el comunicado no contiene grandes novedades. Nada, al menos, que no descuenten ya los mercados, que no se dé por obvio y necesario. Son, dicen, cosas que ya estaban en la agenda: la revisión de los sistemas de contabilidad internacionales, el aumento de la regulación y la supervisión de los mercados, el estímulo económico a través de políticas fiscales, la revisión del papel de las agencias de rating...

Bueno, ¿y qué esperaban? Por lo menos, el comunicado del G-20 es algo más que una declaración de intenciones. Fija fechas tope y crea grupos de trabajo para desarrollar muchos de los puntos propuestos. Y eso ya es más de lo que suele salir de cualquier cumbre similar en la que participen tantos países como en ésta.

Lo que está claro es que las bases de un nuevo sistema financiero no se sientan de un día para otro, con un café y unas porras. Hace falta trabajo. Pero hay que partir de algún sitio: y no es poco que se haya logrado un acuerdo global al más alto nivel político.

Todo sea, claro está, que no quede en papel mojado y que los compromisos adquiridos se lleven a puerto. Lo que no siempre sucede. Sobre todo cuando se alcanzan al más alto nivel.

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