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Tribuna
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La CEOE, la crisis y un nuevo estilo de liderazgo

La diferencia más inmediata entre un pesimista y un optimista, desde el punto de vista económico, es que el primero sólo percibe los aspectos más penosos e inmediatos de la situación, mientras que el segundo, sin dejar de considerarlos en su dimensión real, se esfuerza en descubrir las oportunidades que toda situación económica turbulenta trae consigo. La búsqueda de oportunidades y el esfuerzo por atraparlas explorando y acelerando los cambios que exige la nueva situación, es el reflejo práctico de su optimismo realista.

Esta visión no sólo afecta a las empresas y sus trabajadores, sino a las organizaciones empresariales y al conjunto de las instituciones y administraciones públicas que conforman el cuerpo social del país.

La crisis que estamos empezando a vivir a escala planetaria es importante con independencia de su intensidad y duración, porque supone un cambio de modelo, un antes y un después, como se la recordará en los libros de historia. Para abordarla se requiere además de querer asumir su magnitud, movilizar a toda la sociedad para realizar no sólo los sacrificios inmediatos inevitables, sino también y de manera acelerada los cambios imprescindibles para ganar competitividad en el escenario posterior. Si no somos capaces de dotar aceleradamente a nuestro sistema económico y social de las reformas que permitan un salto importante de competitividad como país, saldremos -porque como dice el refrán: no hay mal que cien años dure-, pero habremos perdido por muchas décadas la oportunidad de estar en el pelotón de cabeza de los países más dinámicos y prósperos de este siglo que acabamos de estrenar. Los españoles nos jugamos demasiado para ser continuistas, para agazaparnos y esperar a que escampe la tormenta, para no gestionar la crisis como la gran oportunidad colectiva del siglo XXI.

Las organizaciones empresariales también tenemos una enorme responsabilidad en la catalización de este proceso y en tratar de que los cambios se realicen en la dirección que creemos conveniente para la prosperidad colectiva. Es precisamente por la asunción de esa responsabilidad por la que no podemos permitir que una institución de la importancia y prestigio de la CEOE ofreciese semanas atrás un espectáculo mediático como el que provocó el cese de Jiménez Aguilar. Si somos los primeros que demandamos cambios organizativos e institucionales a todos los niveles del Estado, debemos legitimar nuestras voces con el ejemplo.

Hace pocas semanas la organización anunció la creación de una comisión encargada de elaborar un nuevo plan estratégico y de reformar los estatutos. A la vista de los acontecimientos me permito apuntar que la transición de la era Cuevas se cerró en falso y que el modelo operativo actual no responde a los desafíos del futuro. Y si no actuamos con generosidad y rapidez, el riesgo de ruptura en la CEOE se escenificará y ya no habrá posibilidad a corto plazo de recomponer la unidad de acción, precisamente cuando la sociedad española más necesita la voz serena, firme y coherente de los empresarios y sus representantes institucionales.

Ante el desafío institucional abierto, la firme y a la vez prudente petición de la Cierval de anticipar con urgencia unas elecciones a la Presidencia de la CEOE, debe ir acompañada de una propuesta para participar resueltamente en su necesario cambio de liderazgo.

Fernando Diago de la Presentación. Presidente de Ascer (patronal de azulejos y cerámica) y miembro del Consejo Consultivo de la CEC y de Cierval (patronal valenciana)

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