Una oportunidad ante el abismo
En medio del tsunami financiero que azota el planeta es muy difícil mirar el futuro con optimismo. Sin embargo, como dice un reciente informe del Centre for European Reform, 'nada concentra más la mente que la visión del abismo'. Y la economía mundial se acerca al borde de un foso insondable que obliga a dar un paso atrás y reflexionar.
Tras la catástrofe, la primera tarea es hacer balance. A nadie se le escapa que los daños son graves y duraderos. De un plumazo han saltado muchas cosas por los aires. Ha desaparecido la banca de inversión, ese instrumento innovador que impulsó décadas de negocios multimillonarios, apuestas arriesgadas y exuberancia en los mercados. La banca comercial tampoco va a salir indemne. El mayor centro financiero de la UE, Reino Unido, ha tenido que nacionalizar total o parcialmente cuatro de sus mayores bancos. Y el gobernador del Banco de Inglaterra acaba de admitir que el sistema financiero británico estuvo al borde del colapso.
La crisis se va a llevar por delante buena parte de una década de esfuerzos de integración de los mercados financieros. La intervención de bancos paneuropeos como Fortis y Dexia ha revelado de paso la fragilidad de los mecanismos de supervisión. Hay analistas que ya temen la división por países del mercado, como antes del euro.
Las normas de competencia y el control de las ayudas de Estado se perfilan como otra víctima. Bruselas se ha visto forzada a validar intervenciones públicas de urgencia para restablecer la confianza en los bancos. Pero esas ayudas, necesarias, abrirán inevitablemente el camino a la intervención pública en otros sectores. La lista de peticiones, con el automóvil a la cabeza, crece cada día. Y Francia ya ha dado otro paso al anunciar un fondo soberano para blindar sus empresas frente a supuestos predadores extranjeros. La peligrosa tentación nacionalista resurge de nuevo.
La gran ola tiene otras víctimas, de las normas contables internacionales a los objetivos de estabilidad presupuestaria, de la protección medioambiental a la ayuda al desarrollo. Por eso, resulta imprescindible que el planeta transforme la crisis en una gran oportunidad para racionalizar el funcionamiento de la economía.
La UE y el resto de grandes economías, incluidas las emergentes, deben liderar juntas ese proceso de forma multilateral. Entre las prioridades ha de estar el sometimiento del mercado a un control efectivo y ágil, que prevenga la irresponsabilidad sin frenar la innovación. Es también necesario encauzar la fallida Ronda de Doha hacia un modelo que disipe la brecha entre países desarrollados y proveedores de materias primas. Con ese espíritu tiene que afrontarse la gestión de los flujos migratorios, para mitigar el desequilibrio entre la libre circulación de capitales y las fronteras a las personas. Europa también debe extrapolar la lectura de la crisis a los sistemas de producción. Los intolerables excesos de Wall Street quizá se están produciendo, de manera más lenta e inadvertida, en otros sectores.
Entre las cosas que se ha llevado el tsunami no es la más pequeña la confianza en el papel, en un mundo global, de los actuales organismos reguladores y de las vigentes instituciones multilaterales. Esa enorme ola es tan grande como la oportunidad de construir un nuevo orden económico sin los errores del pasado.