Depresión a la italiana
Italia sufre una depresión, repiten los jóvenes de ese país que llegan a buscar trabajo a Madrid, Londres, París o Bruselas. Y no lo dicen tanto por la degradación económica, como por el desánimo generalizado en su patria. Cuesta imaginarse en tal estado de postración a un país tan bello, donde hasta los actos cotidianos, como tomar un café o anudar una corbata, se revisten de una elegancia arrebatadora. Pero el diagnóstico se repite demasiadas veces como para atribuirlo sólo a votantes disgustados con la victoria de Berlusconi.
Los italianos expatriados, y sobre todo, las italianas, reniegan de una sociedad pacata, acobardada y corta de miras. "Ni siquiera está permitida la fecundación in vitro en pleno 2008", se indigna una joven de Bologna, instalada en Bruselas y dispuesta a no residir nunca más en su país de origen. Italia parece la inesperada víctima de una globalización para la que debía estar preparada por su tradición emigrante y exportadora. En cambio, se ha precipitado en una espiral político-mediática de miedo y conservadurismo que retroalimenta peligrosamente la gerontocracia varonil del país transalpino. Para los jóvenes, con una tasa de paro del 20%, la perspectiva es la emigración o el brazo alzado en los campos de fútbol. A las mujeres que no aceptan convertirse en mammas del hogar, se les ofrece un rol entre la toca de monja y el tanga de Cicciolina.