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Columna
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Una campaña entre siglos

La campaña electoral en Estados Unidos, con los debates televisivos y la distracción de la crisis financiera, ha entrado en la recta final. En lugar de proceder a ataques desenfrenados y fugas del pelotón de las encuestas, parece como si todos los contendientes se concentraran en una táctica de no cometer errores que les puedan costar los votos necesarios en el sprint final. En términos futbolísticos, Barack Obama y John McCain juegan ahora a la defensiva, como buenos italianos, dejando la pelota en manos del contrario. De momento no se arriesgan al jogo bonito brasileño ni al fútbol total que parece ser la marca del futuro.

Pero en estas últimas semanas, cada uno de ellos pagará el peaje del peso de la historia y la tradición. Entre el atractivo del siglo XXI y la tozudez del XX resistiéndose a desaparecer se halla la clave de la resolución. Obama y McCain personifican a cabalidad estos dos extremos cronológicos.

Si la contienda se resolviera teniendo en cuenta las máximas fundamentales del periodismo moderno, Obama ya estaría en las encuestas norteamericanas por las mismas nubes que señalan las preferencias europeas y del resto del planeta. El mundo ya ha elegido; falta ver qué hacen los estadounidenses. El ingreso de un negro en la Casa Blanca cumpliría todas las reglas de lo que es noticia, tanto como que un hombre muerda a un perro, no al revés. La sucesión de Bush por McCain representa la continuidad, el refuerzo de la dinastía tejana con un primo maduro de Arizona.

En contraste, pareciera que la selección de Sarah Palin como número dos de McCain representara una apuesta hacia la modernidad y la colocación de una mujer en las escalinatas de la Casa Blanca, a la espera de un percance de McCain. El nombramiento de Joe Biden como compañero de Obama parece ser el equilibrio tradicional para el shock de la propuesta del senador mulato. Sería un guiño a la rama más tradicional del electorado demócrata. La diferencia de edad, sin embargo, hace que Obama llegue a suceder a su compañero, y no al revés. Pero todo depende de la salud de ambos y de los atentados que sufran, el pánico de la progresía norteamericana por la osadía que representa la alternativa del senador de Illinois.

La insistencia de los asesores de McCain en cuestionar las credenciales de Obama para ser el comandante en jefe refleja un criterio del siglo que feneció. Suena como si la presidencia fuera simplemente el escalafón más alto de la pirámide militar, cuando simplemente está por encima, además de tener otras atribuciones. Luce como si todo pudiera resolverse al modo de Normandía. Se teme que la lección de Irak no haya servido para convencerse de que la fuerza simplemente militar no es suficiente para consolidar el papel de única superpotencia, estatus cuestionado. Más que un comandante en jefe, los estadounidenses están anhelando el surgimiento de un administrador eficiente que no tenga que actuar exclusivamente por llamadas telefónicas a las tres de la mañana.

La crisis financiera ha recordado al electorado que el país está en manos de irresponsables impelidos por la avaricia. La solución del rescate de las empresas de crédito ha escandalizado al ciudadano de la calle con la evidencia de que el sistema ha optado por un socialismo de élite económica. La tradicional desconfianza norteamericana por la socialdemocracia (olvidando que numerosas parcelas del sistema actual son conquistas del Estado de bienestar) ha sido golpeada cruelmente al comprobar que se socializan las pérdidas, resultado de la incompetencia, y no los beneficios cuando los hay. La escasez de comentarios de este aspecto ideológico en los medios de comunicación lo dice todo.

Curiosamente, las críticas sobre este vuelco de pensamiento y praxis económica ha venido más de la derecha que del liberalismo. Por algo será, previendo los vientos futuros.

Pero Obama no debiera confiarse demasiado, tal como lo hiciera en el primer debate, conservando entera la delantera de las encuestas. Aunque McCain no consiguiera rebasarlo, sus espaldas están guardadas por la tradición, más mirando al siglo que feneció que al presente. Por mucho que se trate de presentar la candidatura de Palin como provocación novedosa, lo cierto es que la puesta en juego de una mujer ya fracasó con el descarrilamiento de Hillary Clinton. Las comparaciones son odiosas: la gobernadora de Alaska no hubiera resistido un minuto de contienda con las tablas de la senadora de Nueva York. Pero las apariencias de maestra de escuela o de bibliotecaria amable (el uso de gafas en lugar de la universales lentillas) de Sarah le dan un toque del pasado del que Obama carece y que Biden esconde.

Por estos contrastes en juego se ha llegado a una especie de empate técnico en las encuestas. Dos Américas se enfrentan. Una parece harta de la arrogancia y de la irresponsabilidad militar y financiera, además de la deprimente imagen exterior de Estados Unidos. La otra se siente más cómoda con la mediocridad actual y nostálgicamente cree que los tiempos pasados volverán según la ortodoxia. En el fondo, cree, como la socarronería ibérica, que es 'mejor malo conocido (Bush-McCain) que bueno por conocer' (Obama). Solamente las matemáticas del colegio electoral darán el veredicto.

Joaquín Roy. Catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

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