La obediencia o la caja
Ya me temía yo que aquellas escenas de unidad ofrecidas en el reciente Congreso del Partido Popular de Madrid eran sospechosas y que su fachada conciliadora se vendría abajo a la menor ocasión, una vez levantada la escenografía y dispersada la audiencia de compromisarios.
Como escribió un buen amigo periodista el martes, 23 de septiembre, en el diario La Vanguardia, daba la impresión de que la ganadora, Esperanza Aguirre, tan sólo aplazaba volver a sus críticas hacia el liderazgo de Mariano Rajoy para una ocasión con viento favorable.
En cuanto a su antagonista, el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, sus palabras muy medidas desprendían un perfume de fingimiento. Trataban de dar la imagen del mejor entendimiento con su competidora, pero la procesión iba por dentro, más aún cuando la megafonía descarada difundía en su honor las más escogidas piezas del último escarnio musical, por supuesto en inglés, ya que a buen entendedor basta.
Apenas 48 horas después de la clausura congresual, los augurios de bronca se confirmaban al saberse que Aguirre lanzaba un asalto para desbancar de la presidencia de Caja Madrid a Miguel Blesa, cuya continuidad apoyan Mariano Rajoy y Alberto Ruiz-Gallardón. Es decir, estamos ante un nuevo episodio de la batalla interna del PP, que servirá para comprobar si los desafíos a la autoridad de Rajoy progresan e incentivan nuevos intentos.
A escala nacional tendremos una prueba de quién manda y en el ámbito de la caja sabremos cuál es el sistema métrico decimal que se impone. Porque recordemos que el actual presidente, Miguel Blesa, llegó a la caja de la mano de José María Aznar y de Rodrigo Rato inmediatamente después de la primera victoria en las generales en 1996, sin dar tiempo a Jaime Terceiro, que estaba ocupando la poltrona, a empacar sus exiguas pertenencias. Desde luego, el presidente de la Comunidad de Madrid, a la sazón creo recordar que Alberto Ruiz-Gallardón, debió enterarse por los periódicos.
Aquello sí que era mandar. Qué poderío. En dos o tres semanas se había sustituido también a Francisco Luzón, que debió abandonar la presidencia de Argentaria en favor de Francisco González; a Cándido Velázquez le defenestraron para que le sustituyera en la presidencia de Telefónica el compañero de pupitre Juan Villalonga, y así sucesivamente. Fue una operación relámpago, que dejó paralizado al adversario, sin capacidad alguna de reacción. Llegaban los liberales a la Moncloa pero acreditaban una capacidad nunca vista de intervenir sin miramientos en la banca y en la empresa. Enseguida siguieron las privatizaciones, que dejaron en las presidencias a los que acababan de ser designados por el poder político. Los aznaristas dejaban pequeños a aquellos vituperados guerristas de papel para quienes la victoria en las urnas debía arrastrar una preponderancia en todos los planos políticos, sociales, económicos, sindicales, etc.
Pero volvamos al caso que nos ocupa, el de la pretensión de Esperanza Aguirre de relevar a Miguel Blesa de la presidencia de Caja Madrid. Las imputaciones que se han presentado contra él son por indisciplina, por desatención a las instrucciones que se le dieron cuando la opa sobre Endesa y por haber resistido la indicación recibida de nombrar consejero de la caja al militante caído Ángel Acebes.
Claro que al final de la jornada el presidente Blesa debería ser examinado de una asignatura fundamental, la de su eficiencia como gestor. Las cajas tienen por delante dos años de sequía hipotecaria llenos de dificultades y las broncas ayudan poco a edificar la confianza.
Además, aceptando que las autoridades territoriales tengan la inercia de reclamar un cierto poder coordinador, la mera docilidad sumisa de los gestores a los poderes políticos sobre el terreno acostumbra a ser considerada un camino de servidumbre, que se considera letal para las instituciones. El dilema ahora parece ser el de 'la obediencia o la caja'. Pero como ya señaló Arturo Soria y Espinosa, 'frente a la disciplina militar, la disciplina orquestal'. Veremos.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista