El fin de los días del dinero fácil
La sangría financiera del último año ha dejado algo claro: la banca de inversión, como se ha entendido hasta hoy, toca a su fin. Y es que los días del dinero fácil se han acabado.
Los tiempos de los bonus exagerados, de la barrumbada de restaurantes de lujo y viajes en primera clase con cargo a la empresa, de empleados en prácticas cobrando más que los altos ejecutivos de otros sectores, de usar estilográficas que valen lo que el sueldo de meses para lo que otros usan lapiceros, de las ostentosas sedes sociales en las zonas más caras, de extravagancias carísimas y un desprecio generalizado por el ahorro de costes rayano en la desfachatez empieza a ser una foto del pasado. Al final, claro, siempre pagaba el cliente.
Algo no encaja si alguien que se queda sin trabajo sale de la oficina sonriendo con sus objetos en una caja de cartón. Así se iban a casa estos días, con sus palos de golf y trajes de marca, tras perder el empleo, muchos trabajadores de un banco de inversión en quiebra. Es lo que tienen las cuentas corrientes bien saneadas.
Desde el primero en caer, Bear Stearns (rescatado por JP Morgan), hasta los Lehman Brothers (en quiebra) y Merrill Lynch (comprada por Bank of America a precio de saldo), pasando por Morgan Stanley (en busca de un socio paracaídas) o Goldman Sachs (sufriendo también en Bolsa) y las divisiones de banca de inversión de otros grupos financieros, todos están tocados.
Habrá supervivientes. El capital siempre necesitará quien lo mueva. Pero van a tener que acostumbrarse a lo que los demás sectores conocen de sobra y practican desde siempre: recortes constantes de costes y adiós al derroche. Es decir, como cualquier empresa. Pero los que sobrevivan tendrán que hacer algo más que restringir el uso de aviones privados, como hizo Merrill antes de ser comprada, o más que limitar a 7.000 euros la cuenta de las cenas para celebrar la firma de contratos, como hizo otro banco.
La hoguera de las vanidades ha devenido en fuego fatuo… y de fatuos.