Las organizaciones Narciso
Javier Fernández Aguado reflexiona sobre una patología que afecta con frecuencia a las empresas: el narcisismo, y recomienda detectarlo a tiempo para evitar que desaparezcan o caigan en la mediocridad
Narraba Ovidio en La metamorfosis que, al poco de nacer, consultado el oráculo por sus padres, les fue revelado que Narciso 'viviría hasta viejo si no se contemplaba a sí mismo'.
Objeto de excesivas solicitudes por parte de ninfas y doncellas, Narciso parecía insensible a la pasión del amor. La ninfa Eco estaba loca de ardor por el bien parecido muchacho, pero también ella fue menospreciada por quien se consideraba por encima de todo y de todos.
La ninfa, angustiada por los desprecios, enfermó de anorexia. En estas circunstancias, el resto de las candidatas despechadas clamaron justicia. Némesis (diosa de la venganza) atendió al inmenso clamor. Propició que, tras una cacería, Narciso se inclinase sobre una fuente cristalina. Contempló su propio rostro, y quien a nadie había en realidad querido, porque sólo se apreciaba a sí mismo, se enamoró de aquella bella figura. Asegura Ovidio que allí expiró, sin poder alejarse para no perder la visión de sí mismo. Otros afirman que fue tan brutal la pasión por él mismo que se suicidó en el lugar donde se había autocontemplado.
El orgullo pasa de ser individual a colectivo. Y así, algunas organizaciones se contemplan como sumamente perfectas. De nadie tienen que aprender
No es infrecuente tropezar en el mundo organizativo con personas que han acabado asumiendo las características propias de Narciso. Patéticos personajes que como ciertos hijos únicos, o como los hijos pequeños de algunas familias mal gestionadas, consideran que son 'el niño'. Creen, en su monumental ignorancia, que lo que otros dicen o hacen para nada sirve. Sólo lo que ellos pergeñan tiene valía universal. En su bobalicona estupidez, asumen como si fuese propio, ladrones incansables de intangibles, cualquier verdad que otros descubren.
Los afectados por este morbo, lo están también por la envidia, por la vanidad, por el orgullo y por la ignorancia. Se encuentran dentro de ese círculo vicioso donde nada ven con claridad, y menos que todo a sí mismos. En su ridículo rodar por el mundo se adornan con flores que no son suyas. Y cuando alguien se acerca con buena intención, facilitándoles una solución, ofertando la salida para un problema o teniendo un detalle de afecto, es tal su racanería que ni siquiera pronuncian un 'te lo agradezco'.
No dar gracias por los favores recibidos es señal no sólo de carencia de educación, sino de una profundísima nesciencia, pues la ayuda de otros es fundamental para cualquier objetivo por sencillo que parezca. æscaron;til recomendación para salir, y no es fácil, del pozo del egoísmo, es hacer surgir siempre el reconocimiento del corazón, por pequeño que sea el detalle recibido. Al principio parecerá minúsculo cualquier favor; cuando se observe con menos desapasionamiento, aprenderá el empresario/ejecutivo a descubrir que en su aparente atalaya es sólo un espantajo, salvo que valore como merecen a quienes para él y con él colaboran.
Más grave se torna la enfermedad cuando se traslada a la organización en su conjunto. Y el orgullo pasa de ser individual a colectivo. Así, algunas organizaciones se contemplan como sumamente perfectas. De nadie tienen que aprender, porque todo ellos lo saben. ¡Qué duras son las caídas de esos colectivos formados por soberbios engolfados en lo que consideran su propia perfección! El mayor castigo, sin embargo, no es la desaparición de la institución enferma, sino el convertirse en meramente residual.
Cuando así acaece, sea a una persona o a un colectivo, se aplica el principio medieval: en el pecado está la penitencia. O dicho de otro modo: todo ídolo (sobre todo aquel que se creía de oro puro) tiene unos pies de barro a los que debería atender, en vez de perderse en ensoñaciones sobre los propios quilates, pues éstos, cuando existen, no le sostendrán en la caída.
La enfermedad aquí descrita se manifiesta en diferentes grados de gravedad. Lo peor no es padecerla en alguna circunstancia, sino no ser capaz de detectarla a tiempo y regodearse en ella. He conocido algunas personas y organizaciones afectadas de la patología aquí someramente descrita. Varias han desaparecido; otras han caído en una mediocridad que sólo se oculta a quienes no quieren mirar la realidad sin prejuicios.
Frente a estas tristes patologías presentes en las organizaciones, resulta estupendo contemplar tanto personas como organizaciones (¡una inmensa mayoría!) que se esfuerzan a diario por dar lo mejor de sí mismas, también, quizá con más motivos, en periodos críticos como los que ahora estamos comenzando a atravesar.
El aprendizaje continuo, personal y organizativo es una necesidad imperiosa para quienes quieren aportar a quienes les rodean. Y esto sirve tanto para personas como para equipos.