Sin papeles
La comparecencia, a petición propia, del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el pleno del Congreso de los Diputados del miércoles se anunciaba en los carteles con el objeto de dar cuenta de la situación económica por la que atraviesa el país.
La sesión siguió la pauta establecida para estas ocasiones, donde las únicas modalidades a elegir son la de la sucesiva subida a la tribuna del presidente, para dar respuesta por separado a cada uno de los portavoces de los grupos parlamentarios, o la de las intervenciones seguidas de cada uno de ellos a la espera de recibir una contestación conjunta.
La segunda opción es más cómoda para el compareciente y resultó ser la preferida esta vez por Zapatero. El pleno consumió casi seis horas sin que se registrara el lanzamiento de propuestas estrella para disgusto de los adictos al toreo tremendista. Reconozcamos ya que junto a algunos momentos de interés hubo intervalos de tedio, que deberían ahorrarse conforme a un mejor procedimiento reglamentario necesitado de innovaciones.
Hay que barrer cuanto antes la pereza mental de los portavoces, que se limitan a dar lectura a los textos preparados en casa por sus asesores áulicos. En los debates del pleno sólo se debería admitir que leyera aquel que inicie el turno de intervenciones. A los demás que le sucedan, cuando suban a la tribuna de oradores, quien presida la sesión debería incautarles los folios que se disponen a leer y encomendar a los servicios de la Cámara que procedieran con toda diligencia a multicopiarlos y repartirlos a todos los diputados del hemiciclo y a colgarlos en la intranet, con la garantía de incluir el texto en el Diario de Sesiones.
A partir de ahí, ya sin papeles, vendría el ofrecimiento cortés por parte del presidente del Congreso para que tomen la palabra si tuvieran algo más que añadir. El sistema evitaría que, como ahora sucede, asistiéramos a una mera acumulación sucesiva de discursos superpuestos, escritos de antemano, que se ignoran entre sí y que para nada tienen en cuenta cuanto se ha ido diciendo previamente. Porque sin interacción dialéctica es imposible esclarecimiento alguno de las cuestiones a debate y aparece el tedio y la sensación de inutilidad y de pérdida de tiempo.
Otra innovación que avivaría las sesiones plenarias sería el recurso a las nuevas tecnologías. Hay problemas numéricos cuya comprensión mejora con el recurso a la infografía que podría quedar reflejada en las dos pantallas laterales de que se ha dotado al hemiciclo, así como en los ordenadores personales instalados en cada uno de los escaños a los que deberían añadirse otros análogos en la tribuna de prensa. Claro que sólo recibirían autorización para proyectarse aquellos gráficos homologados por los servicios técnicos de la Cámara en los que constara la procedencia del Instituto Nacional de Estadística o de Eurostat, la organización homóloga oficial de la Comisión Europea.
En definitiva, el pleno del miércoles vuelve a plantear la urgencia siempre aplazada de proceder a la reforma del reglamento, objetivo que todos reclaman en los programas electorales y que luego olvidan llevar a cabo. Por ahora en esta legislatura sólo se han alterado los horarios para mejor aprovechamiento de la luz solar y economía energética, en línea con los impulsos del ministro de Industria, Miguel Sebastián. En cuanto a la etiqueta y el atuendo, más que la imposición de normas bastaría con que los diputados se miraran en el espejo de su respectivo jefe de filas. Así, por ejemplo, nadie se despojaría de la corbata ni de prenda alguna mientras su jefe no lo hubiera hecho antes. Ya no hay uniformes, ni correajes, pero dar entrada al desaliño indumentario traería graves consecuencias en cascada. La familiaridad es la pendiente más corta hacia la falta de respeto y ya se sabe que donde hay confianza da asco.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista