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Cinco Sentidos

La élite del dinero huye del lujo masificado

Cuando en 1925 Jean Cocteau elevó el tres oros de Cartier a la categoría de objeto de culto no podía adivinar que el icono de la casa francesa terminaría adornando también las manos de mujeres de buen gusto... y clase media. Hoy, no es ninguna novedad que cuando llega la época de rebajas las grandes firmas de moda y joyas reciben largas colas de compradores ocasionales. Un perfil democrático de cliente que revela lo que desde hace tiempo es un secreto a voces: el hecho de que tener una cartera de Chanel, una blusa de Hermès o un neceser de Louis Vuitton ha dejado de ser un lujo para convertirse en un capricho. 'Antes sólo un selecto grupo de mujeres podía acceder a una gran firma; ahora, una profesional con un sueldo razonable puede darse ese gusto', explica la empleada de una firma de moda de lujo en Madrid.

Pese a ello, la crème del dinero tiene refugios sotto voce a los que la clase media no puede aspirar y que unen al producto selecto el ambiente elitista. Las clientas de Daslu, un emporio fundado hace más de medio siglo en São Paulo, llegan al establecimiento a través de un acceso privado tras dejar sus limusinas en manos de los aparcacoches. Las fieles a la casa piden cita previa con su vendedora de siempre -su dasluzette- una joven elegante, con aspecto de modelo y apellido de una de las mejores familias de la ciudad. Naturalmente las dasluzettes se mueven en un círculo social similar al de sus clientas y comparten con ellas amistades y relaciones. Daslu, que recibe a sus fieles varias veces por semana, dispone de salones privados interconectados en los que las compradoras se prueban las novedades de las firmas. En la planta de moda femenina no se permite el acceso a los hombres y hay guardias de seguridad para hacer cumplir la norma. 'El ambiente en Daslu es como de club y deliciosamente animado. Las clientas vienen desde Río y Salvador, Argentina y Perú. Todo el mundo se conoce y hay un montón de besos en el aire', relata Dana Thomas, corresponsal de Newsweek en París, en su libro Deluxe (Tendencias Editores), recién publicado en España.

Tras visitar la fábrica de Louis Vuitton en Asnières, Thomas confirmó algo que siempre se ha comentado en los mentideros de la moda: la práctica de ciertas firmas de lujo de fabricar artesanalmente y por encargo productos de gran belleza, sin logos ni etiquetas comerciales, para clientes hiperexclusivos. Clientes de dinero nuevo, que huyen de los focos, que no acuden a los desfiles de modas de París, que no quieren lucir ni por asomo el mismo modelo de bolso que Lindsay Lohan o Madonna y que cancelan pedidos de alta costura si ven los modelos en las pasarelas o la publicidad. 'En China hay más de dos', respondió en una ocasión Karl Lagerfeld a Dana Thomas cuando ésta le preguntó dónde vivían esas clientas.

Las grandes firmas son conscientes de la fuerza de ese mercado pequeño, pero hiperrico, y lo miman con esmero. Ello explica que casas como Hermès y Chanel, por ejemplo, inviertan en pequeñas firmas artesanales que conservan el buen hacer y el encanto del lujo de antaño. Nombres tradicionales, como Alice Cadolle, en el 255 de la rue Saint-Honoré, en París, que desde 1899 surte de ropa interior a medida y con cita previa, a un precio a partir de 560 euros el sujetador más sencillo; las cristalerías Saint- Louise, la casa de bordados Lesage, el zapatero Massaro, la sombrerería A. Michel, la casa de plumas y arte floral Lemariè, el joyero Desrues o el platero Robert Goossens, quien ya colaboró en su día con Cocó Chanel.

Las nuevas promesas no quieren crecer

El buen cliente con dinero es el motor que mantiene a flote el concepto del viejo lujo. A él se destinan los bolsos Kelly y Birkin hechos a mano por Hermès y en él se piensa al utilizar las delicadas rosas de Joseph Mul y no otras flores para aromatizar el número 5 de Chanel. Pero la apuesta por lo tradicional y lo pequeño proviene actualmente también de los creadores. Es el caso del zapatero Christian Louboutin, cuya empresa se ha convertido en un caso de éxito con complejo de Peter Pan. Pese a las numerosas ofertas de compra que ha recibido por parte de grandes grupos, Louboutin no sólo se niega a vender su negocio, sino que insiste en no crecer. Su portfolio de clientas vip -que incluye a Rania de Jordania, Elizabeth Taylor o Jennifer López, entre muchas otras- convierte su firma en un caramelo más que goloso para la industria del sector. Pero el francés sigue en sus trece: tras quince años de andadura, su firma tiene solamente siete tiendas y 35 personas en plantilla, vendedores incluidos. Otro nombre mimado del sector que se confiesa hastiado de la masificación de la industria de la moda es el diseñador Tom Ford.Tras dejar Gucci en 2004 y después de distintos proyectos, Ford se ha sumergido en la preparación de un proyecto ambicioso de ropa hecha a mano para hombre, joyas a medida, probadores con cita previa y clientes ávidos de servicio exclusivo.

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