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Columna
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Los pelos en la lengua de Solbes

El optimismo y la reticencia a hablar de la crisis del ministro de Economía, Pedro Solbes, contrasta con la actitud valiente de algunos de sus colegas europeos, subraya el autor. En su opinión, sin pelos en la lengua, la economía española habría, al menos, tocado fondo antes de que fuera demasiado tarde

Las recientes declaraciones sin cortes publicitarios, ni tapujos, ni censura del ministro de Economía británico Alistair Darling, sobre el preocupante deterioro de la economía británica, hacen pensar si la estrategia de comunicación de tal conducta es premeditada o si se trata de una actuación provocada por los excesos estivales que todos dejamos atrás hace tan sólo unos días. De acuerdo a la BBC, Alistair fue brutalmente honesto. Quizás sus declaraciones vinieron motivadas por la creciente impopularidad de Gordon Brown, que nunca fue democráticamente elegido y se enfrenta a unas elecciones generales del más difícil todavía, del reto insuperable.

Una comparación odiosa pondría al Solbes templado y solvente de otras épocas de bonanza añorada en la tesitura de hablar sin pelos en la lengua, un papel que no le va, o que quizás no se quiere o puede permitir en aras de una jubilación que el ministro de tres estrellas, según Financial Times, tiene a la vuelta de la esquina. Entretanto, José Luis Rodríguez Zapatero le saca a Gordon Brown dos de ventaja, las dos elecciones ganadas con la legitimidad de las urnas y la más que discutida tercera candidatura que quizás no llegue o, si llega, llegue en formato de elecciones anticipadas a las que el leonés no debería presentarse si quiere dejar la política activa en España desde la ubicación de prestigio que le otorga el escalafón más alto de esa política española crispada y amarga.

En la vecina Italia, con un Gobierno conservador y cuatro recesiones en los últimos 10 años, una renta per cápita por debajo de la española y una deuda sobre producto interior bruto únicamente superada por Grecia en la zona euro, el actual ministro de Economía, Giulio Tremonti, conocido entre sus secuaces como el Robin Hood de las finanzas, no duda en subir el impuesto corporativo a petroleras y energéticas para disminuir el impacto en las rentas bajas del aumento del coste energético.

La Francia de Sarkozy y Bruni es también la Francia de Christine Lagarde, la ministra de Economía más brillante que ha tenido el país galo desde los tiempos de Mitterrand. Con un inglés impecable y una experiencia profesional envidiable, Lagarde es escueta y directa, un estilo corporativo que más de un gobernador central debería anhelar. Lagarde reconoció esta misma semana una ralentización global muy seria, unas palabras que alguien debió expropiar del diccionario económico de un Solbes que a estas alturas de artículo sigue teniendo pelos en la lengua.

El gran Gobierno de coalición de Alemania o Gobierno de gran coalición comandado por la fría y empática Angela Merkel presume de un ministro de Economía de perfil predominantemente político. Hans Eichel es, como buen alemán, un tipo comedido, políticamente correcto y discreto en sus declaraciones. El hombre de cinco carreras es de la quinta de Solbes y quizás desee que la crisis se apacigüe para poder dejar el maletín de ministro y el escaño de diputado del Bundestag.

Tienen nuestros mayores pelos en la lengua. Adoptan un modus operandi propio de una etapa de censura y transición que fue y no será, que pasó junto a las películas de Ozores y Lina Morgan. Parecen presumir de una actitud que desborda una confianza radiante en una economía que galopa hacia la recesión, parecen no saber qué decir en tiempos de incertidumbre, o qué postura adoptar, o a qué patrón aferrarse, o qué guión interpretar. No hay guión en tiempos de una crisis no vista con anterioridad, no hay patrón, sino improvisación, una improvisación que costará a más de uno el sueldo de fin de mes y el trabajo hasta fin de año, en la España del déficit por cuenta corriente y fiscal, en la España que vuelve a ser del desempleo por encima del 10%, en la España que echa en falta la bonanza del ladrillo, un ladrillo de excesos que ahora abofetea a aquellos especuladores que decidieron invertir sin mirar el valor fundamental de una adquisición equivocada.

Si no saben cómo actuar no pretendan que España va bien, no finjan en congresos anuales una satisfacción inexistente y artificial. Pregúntenle a Alistair Darling cómo ser brutalmente honesto. No tiene España un Gordon Brown que no merece ser premier, pero tiene una élite económica que decidió abrazar la complacencia y el conformismo y no actuar a tiempo. Hoy escribo en prosa lo que de Solbes pienso y creo que, sin pelos en la lengua, la economía española habría, al menos, tocado fondo antes de que sea demasiado tarde. Nunca es tarde cuando la dicha es buena, quizás sea tarde para encontrar una buena dicha.

Jaime Pozuelo-Monfort. Máster en Ingeniería Financiera por la Universidad de California-Berkeley

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