Milagro de ida y vuelta
Resulta que el milagro español era de ida y vuelta. Después de tanto presumir de nuestro dinamismo económico, de nuestra contribución a la creación de empleo en Europa, volvemos donde solíamos: a ostentar el farolillo rojo en los indicadores de desempleo de la Unión Europea. Tras ímprobos esfuerzos, hemos conseguido hacernos con el liderazgo, tanto en la clasificación absoluta, un 11% de desempleo en julio, según los datos unificados de Eurostat, como en la referida específicamente al paro juvenil, 24,8%, al de los hombres, 9,8% y al de las mujeres, 12,6%.
Frente a ello, llama la atención que en la zona euro, la tasa de paro se ha mantenido estable en relación con el mes anterior (7,3%), y resulta inferior en un 0,1% a la del mismo mes del año precedente. En el conjunto de la UE sucede lo mismo, con una tasa, del 6,8%, que es un 0,3% inferior a la de hace un año.
Dos reflexiones resultan obligadas: una interna, la otra comparativa. La primera, nos lleva a destacar, una vez más, la excesiva vinculación del empleo al ciclo económico. Somos capaces de generar empleo, incluso más empleo que otras economías, en momentos de coyuntura favorable. Pero eso se trueca en una intensísima destrucción de puestos de trabajo cuando los vientos de la coyuntura cambian. El empleo creado al calor del crecimiento económico, tiene bases muy débiles, y basta un enfriamiento para que su destrucción comience, llegándose a situaciones dramáticas cuando se alcanza o se roza la recesión. Con independencia de otras consideraciones económicas, relativas a nuestro modelo de crecimiento, que voces autorizadas han reiteradamente formulado, resulta innegable que el empleo sigue siendo, entre nosotros, un elemento fundamental del ajuste económico.
La segunda reflexión, nos debe llevar a plantear un interrogante crucial: ¿por qué los efectos sobre el empleo son menos acusados en otras economías también afectadas por la crisis y que, incluso, tienen más dificultades que la nuestra para mantener un cierto crecimiento? ¿Por qué, siendo verdad lo que en su permanente pelea con la realidad dice el Gobierno -que todavía tenemos un crecimiento superior al de otras economías europeas-, nuestro mercado de trabajo se deteriora con mucha mayor rapidez e intensidad que el de otros países?
Dejo a los economistas la respuesta a estos interrogantes. Me interesa solo, en estos momentos, un aspecto muy concreto relacionado con los mismos: ¿tiene el marco laboral vigente algo que ver con esos comportamientos de la economía española? ¿Influye ese marco laboral en el papel estelar que el empleo tiene como mecanismo de ajuste ante las dificultades económicas?
Algunos venimos sosteniendo hace tiempo que sí. Y que, por tanto, la sustitución de dicho marco es imprescindible si queremos propiciar una creación de empleo más sólida, con empleos de mayor calidad y menos vulnerables ante los ajustes impuestos por la coyuntura económica.
Los planteamientos fundamentales del nuevo modelo de relaciones laborales, en lo que se refiere a la contratación y al despido, a la flexibilidad interna y a la negociación colectiva, han sido ya reiteradamente expuestos y merecieron incluso el aval de la comisión de expertos nombrada en la anterior legislatura, cuyas conclusiones alabaron tanto el Gobierno como los agentes sociales, sin que ni uno ni otros hicieran lo más mínimo para llevarlas a la práctica.
Qué sucede, entonces? Pues que desde hace años se viene levantando una barrera infranqueable, principal, pero no exclusivamente por parte de los sindicatos, cuyo material de construcción es tan simple como engañoso: si, con nuestro marco laboral, cuando existe crecimiento económico se crea empleo, los problemas derivan de la falta de crecimiento económico y no del marco laboral. Cuando vuelva a haber crecimiento económico, volverá a crearse empleo, por lo que lo importante es propiciar dicho crecimiento, si es preciso con una más decidida intervención pública en la economía.
El Gobierno parece asumir este planteamiento. Todo pasará, no hay mal que cien años dure, volverán las vacas gordas y nuestra economía volverá a crear empleo, es más, a ser campeona en la creación de empleo, sin necesidad para ello de modificar un marco laboral que no ha impedido dicha creación cuando la actividad económica tiraba. Parece, pues, que deberíamos resignarnos a una evolución del empleo del tipo de las montañas rusas, con grandes crecimientos y con grandes caídas y, en todo caso, con elevados niveles de paro.
Lo contrario, se dice, preferentemente con voz campanuda, sería querer aprovechar la crisis para hacer pagar las consecuencias de la misma a los trabajadores. Las reformas auspiciadas no serían más que el intento de reducir, al socaire de la crisis, la protección del trabajo y los derechos de los trabajadores. Y ahí están las fuerzas sindicales y el Gobierno para impedir que paguen los trabajadores. Ante lo cual, sin ánimo de provocar, no puedo más que preguntarme: ¿con una tasa de desempleo del 11%, que puede llegar el año próximo, según estimaciones solventes al 14 o el 15%, y con una inflación desbocada que afecta gravemente a las economías más modestas, quién si no los trabajadores estaría pagando las consecuencias de la crisis?
Si eso no es mantenerse en las cubiertas altas de la macroeconomía, mientras se inundan las bajas, y pedir que siga tocando la orquesta, le falta poco. Así que ánimo: a partir de mañana los agentes sociales se ocuparán de arreglar la formación profesional, que los otros temas pueden esperar.
Federico Durán López. Catedrático de Derecho del Trabajo y socio de Garrigues