La inversión se debilita
El INE confirmó ayer que la economía crece en estos momentos a un tímido 0,1% trimestral y un 1,8% interanual. El consumo de las familias se ha retraído -crece el 1,2% interanual-, pero sobre todo ha caído la inversión de las empresas, que ha pasado a ser negativa por primera vez en doce años y decrece un 0,2% en términos interanuales. El fuerte frenazo en la construcción es el responsable de este último dato, pues el menor dinamismo de la obra civil no compensa la debacle de la residencial, pero también la inversión en bienes de equipo ha sufrido un extraordinario ajuste a la baja. Y esta, que la inversión de las empresas se debilite, es una muy mala noticia de cara al futuro.
Tanto el consumo como la inversión están siendo duramente castigados por el parón crediticio, un impacto que se nota en las economías de toda Europa. Hasta que el dinero no vuelva a fluir con normalidad, ni el consumo ni la inversión remontarán. Por eso la convocatoria de los países de la UE en septiembre para buscar soluciones conjuntas es un rayo de esperanza, y lo será más si a la cita acude también Jean Claude Trichet, presidente del BCE, porque en su mano está la palanca de una bajada de los tipos de interés que pueden animar el crecimiento.
Pero no todo es malo en los datos de Contabilidad Nacional de España. La fuerte reducción del consumo y la inversión han frenado las importaciones, que reducen a la mitad su crecimiento. Por contra, las ventas de las empresas españolas al exterior han conseguido mantener sus tasas. Y, por sorpresa, la demanda externa ha aportado tres décimas al PIB y ha permitido que la economía española no entre en un primer trimestre en negativo.
Sin embargo, hay que evitar el triunfalismo. El Gobierno insiste en que la economía española está resistiendo mejor que otras europeas. Apuesta por que los próximos trimestres se mantendrá la misma tónica y descarta la entrada en recesión técnica. Es decir, el Ejecutivo espera seguir creciendo; poco, pero creciendo. Pero esta versión tiene otra lectura, pues el diferencial de crecimiento que ha mantenido en los últimos años ha desaparecido prácticamente. Hace un año era de un punto y medio y ahora sólo de tres décimas.
Por tanto, conviene no seguir con el discurso de quitar hierro a la situación. Entre otras cosas, porque la capacidad de respuesta de otras economías se antoja superior a la española. La caída del consumo, el parón inmobiliario y de la construcción y la palpable desaceleración del turismo son para dar qué pensar. Porque la industria española no tiene empuje suficiente para tirar sola del crecimiento, y menos del empleo.
El cambio a un modelo productivo basado en una industria y unos servicios más competitivos gracias a la innovación y la investigación es un camino lento, pero certero. La construcción residencial no repuntará al menos en dos años, cuando el mercado haya digerido el millón de viviendas en stock y además se supere la atonía del consumo y la crisis financiera que merma la capacidad crediticia de las familias. Sería un error volver a fiar el crecimiento al ladrillo. Tan grande como que España salga de esta crisis sin poner los cimientos para hacer su economía más competitiva.