El cajón de sastre de la inversión
La Caja de Ahorros del Mediterráneo, más conocida como CAM, ha colocado en el mercado sus cuotas participativas. Un extraño instrumento que es como una acción pero sin ser una acción, cuyo extraño formato es coherente, en todo caso, con la naturaleza diferente de las cajas. La cotización en el mercado a través de cuotas participativas probablemente aporte algo de transparencia a estas entidades, a pesar de que los mercados financieros nunca garantizan nada, ni siquiera la transparencia.
La capacidad de la caja de colocar acciones en el mercado en un entorno tan complicado es digna de encomio. Al menos, desde el punto de vista de la propia entidad y del resto del sector financiero: habría sido sin duda peor una cancelación de la OPV, como sucedió con Itínere. Ahora bien, es casi obligado preguntarse por qué motivo, si la caja ni siquiera se planteó un tramo para inversores extranjeros en su salida a Bolsa, ha tenido un éxito tan arrollador entre los minoritarios españoles.
La oferta, que se comercializaba al público a través de la propia CAM, fue sobresuscrita en 2,2 veces. Entre los inversores institucionales españoles, la sobredemanda fue más corta, y eso que, según señalan los operadores, buena parte estaba poco menos que apalabrada. Al sector financiero -especialmente a las cajas- le convenía que la primera emisión de cuotas llegase a buen puerto, y eso contrapesó el mal momento de mercado.
¿Y al particular? Se ha convertido en una costumbre que cualquier emisión se coloque con éxito entre los particulares, gracias a la capacidad de la red comercial. Pasa con la CAM y pasó con Itínere -cubierta en la parte minorista- o con la emisión de convertibles de Santander, por poner otro ejemplo. No es cuestión de poner en duda la calidad de un determinado producto, pero llama la atención el fervor con el que los clientes adquieren los activos que venden las entidades cuando, al tiempo, el resto de inversores huye de Bolsa y fondos.