Atenas, el ayer y hoy de la belleza helénica
La antigua polis griega está empeñada en mostrar al visitante su perfil más moderno y dinámico, sacudiéndose etiquetas y clichés.
Pesan tanto los mármoles ilustres en Atenas que amenazan con sumergirla en el fondo de la historia. Así que la ciudad se ha puesto las pilas, quiere ser también moderna y dinámica, en todos los frentes. Le vino de perlas, hace cuatro años, ser la sede de los Juegos Olímpicos; hubo dinero, y ganas, para remozarla y emprender proyectos vitales, como el nuevo aeropuerto, líneas de metro, creación de espacios verdes y parques, junto con instalaciones deportivas o auxiliares (estadios que ahora acogen también conciertos o eventos, puerto deportivo, pabellones, etc.). Las ganas y los proyectos no cesan: pronto se abrirá el nuevo y vanguardista Museo de la Acrópolis, el Centro Cosmos Helénico apunta al turismo del futuro (que tendrá mucho de virtual... o de réplica, inexorablemente) y el Festival de Atenas hace vibrar los viejos escenarios de mayo a octubre.
Pero, no nos engañemos, el tirón más fuerte, el imán irresistible sigue siendo la Acrópolis y sus aledaños. Una suerte de prólogo para la visita (tras dejar a un lado de la avenida Syngrou la Puerta de Adriano y los fustes rotos del Olimpeion, en un agradable oasis) puede ser asistir al cambio de guardia de los evzones frente al Palacio Presidencial, en la plaza Sintagma. La cual, a pesar de ser anodina y destartalada -arquitectónicamente- es el ombligo de la ciudad. Desde abajo (está en cuesta) se puede ir por la calle Ermou, la arteria peatonal y comercial por excelencia, hacia el barrio de Pláka, y entrar por allí al recinto de la Acrópolis (cuanto más temprano, mejor, no es un consejo baladí).
Es la mejor opción, porque permite seguir el sendero que recorre el Teatro de Dionysos -con asientos de lujo para los ricos y autoridades-, un ágora que se está restaurando (con una reconstrucción de muestra) y, entre otras cosas, una visión en picado del Odeón de Herodes Ático, donde se representan óperas y conciertos del Festival de Atenas. Allí confluye este sendero con otras entradas, para acceder, finalmente, al recinto sagrado a través de los Propileos; ahora están entablillados (lo mismo que, de nuevo, el Partenón, y va para largo, hay que resignarse), pero este pórtico (eso significa el vocablo griego) tal vez sea el rincón que mejor evoca la antigua Atenas.
Una vez arriba, pueden ayudar las líneas leídas en una guía, pero lo mejor es dejarse estar, sentir el latido de aquellas piedras fragmentadas como un instante de plenitud. El Partenón, las cariátides del Erecteion, el minúsculo y preciosista Templo de la Victoria alzan su presencia sobre un humus del que somos parte, desde los días lejanos de las aulas escolares.
Al salir de nuevo por los Propileos, el antiguo camino de las Panaceas (por donde descendía la procesión de las vestales) nos lleva hacia el Ágora Antigua. Antes, la iglesia diminuta de los Santos Apóstoles alivia al turista con su penumbra tapizada de frescos bizantinos. Junto al Ágora, lo más llamativo es el Theseion, un templo pequeño, pero que es el mejor conservado del mundo heleno, gracias a que fue convertido en iglesia cristiana y luego en museo. Finalmente se instaló el museo en la Stoa de Átalo, edificio rehecho en tiempos actuales, pero que permite sentirse por un momento como un conciudadano más de la antigua polis.
Hay una puerta allí cerca por donde se puede salir a la calle Adrianou, vía irregular que enlaza el barrio de Monastiraki con el de Pláka. Enseguida nos tientan las terrazas y mesas de los restaurantes, pero si queremos acabar de ver algunas cosas principales, tendremos que seguir la calle hasta la Biblioteca de Adriano y, más metida contra el murallón de roca de la Acrópolis, el Ágora Romana y la célebre Torre de los Vientos: un octógono de mármol de época helenística, con relieves de ocho vientos locales, que era en realidad un reloj hidráulico; se salvó, una vez más, porque lo hicieron capilla los cristianos, y luego teké (oratorio) los turcos.
Estamos ya en pleno barrio de Pláka, el único de Atenas que ha conservado un sabor antiguo y redime a la ciudad de su mala fama (ya saben, caos urbanístico, polución). Las casas bajas y humildes han sido transformadas en restaurantes y tiendas de antigüedades o souvenirs. Todo muy turístico, desde luego, pero eso no le resta atractivo a este barrio, que es referencia obligada también para los locales, tanto de día como de noche. Entre la multitud de restaurantes que rebosan e invaden las aceras con sus veladores los hay que atienden a un turismo elemental, pero también los hay de gran categoría culinaria y avanzado diseño. Algo similar ocurre con los comercios; buscando con paciencia se puede encontrar alguna pieza de capricho. Los domingos es por aquí donde se monta un tentador rastrillo.
Para quienes vayan a gastar poco tiempo en la capital (porque estén, por ejemplo, de paso para embarcarse en un crucero), esto sería lo imprescindible. Pero hay que tener en cuenta que Atenas guarda muchas más sorpresas y secretos. Diminutas iglesias bizantinas (con guardianas feroces, generalmente), museos notabilísimos, como el Nacional de Arqueología, el de Arte Cicládico (con figuras de hace 4.000 años que parecen salidas de manos de Picasso o Brancusi), el nuevo Museo Benaki, el cementerio Keramikós y su adjunto museo de cerámica, el Museo Bizantino, antiguas mezquitas otomanas... Por no hablar de los mercados (como el Kentriki Ágora, se admiten regateos) y de los barrios de moda, donde acude a comprar y divertirse la gente joven. Como el barrio de Psiri (entre Monastiraki y Euripidou) o Gazi (sitios fashion y de copas).
Una despedida memorable puede consistir en cenar en el monte Lycabeto, en el restaurante Orizontes (sólo se puede subir en un teleférico, bastante caro, el teleférico y el menú). Allá arriba no hay más que antenas gigantescas, un mirador público y el restaurante y su terraza; abajo, se extiende la confusión de casas, como una espuma blancuzca que chocara contra la roca de la Acrópolis, y se remansara alrededor, confiada en su fuerza indestructible.
Guía práctica
Qué ver.¦bull; Recinto de la Acrópolis (paseo arqueológico, Teatro de Dionysos, Propileos, Partenón, Erecteion y Templo de la Victoria).¦bull; Museo Nacional de Arqueología (http://odysseus.culture.gr, en la plaza Omonía), pase combinado con otros museos: 12 euros.¦bull; Museo de Arte Cicládico (www.cycladic.gr), antigua mansión del magnate Nicolás Goulandris, piezas del 2000 a. C.¦bull; Museo Benaki (Koumbari, 1, www.benaki.gr), con tienda de buenas reproducciones.¦bull; Hellenic Cosmos (Pireos 254, www.hellenic-cosmos.gr), museo interactivo con una sala de realidad virtual que permite pasear por la Atenas clásica.Dónde dormir¦bull; Fresh Hotel (Sofokleus, 26, www.freshhotel.com) es un hotel boutique a un paso de la plaza Omonía, habitaciones desde 135.¦bull; Periscope (Haritos, 22, www.periscope.gr) está un poco más lejos, en el barrio de Kolonaki, desde 180 euros.¦bull; Metropolitan Hotel (Avenida Syngrou 385, www.chandris.gr) es un cinco estrellas muy funcional, con piscina y estupendos restaurantes, aunque está algo alejado del centro (hay que tomar el shuttle del hotel, taxi o un autobús).GastronomíaLa comida griega que se ofrece a los turistas es bastante monocorde: mezzés (entrantes parecidos a nuestras tapas) o ensaladas como la horiatiki (con tomate, lechuga, pepino, queso feta y aceitunas), la taramosalata (ensalada griega, con queso); luego platos como los dolmades (carne picada envuelta en hojas de parra), la moussaká (especie de lasaña de berenjena), los souvlaki (pinchos morunos) y excelentes pescados locales. Los mejores vinos vienen de la parte de Macedonia.La calle Adrianou, la plaza Monastiraki y el barrio de Pláka en general son como un gran comedor, donde no sólo acuden turistas; allí se puede encontrar desde simple fast food (que en Grecia es la pita, especie de hamburguesa local) hasta locales con cocina muy sofisticada.