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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Doce meses de castigo

El 18 de julio de 2007, Bear Stearns hacía oficial la quiebra de dos de sus fondos. Una fecha que el consenso de los analistas identifica como el inicio de la caída bursátil provocado por la crisis de las hipotecas subprime, que ya llevaban algunas semanas lanzando múltiples señales de alarma. En los doce meses transcurridos desde entonces se ha producido una auténtica mutación. Y no sólo de los mercados bursátiles mundiales, que han acumulado descensos de más del 20% en la mayoría de los casos, sino también en la situación económica a todos los niveles.

El efecto de las hipotecas subprime se trasladó a los balances y cuentas de resultados de las principales entidades financieras del mundo, especialmente a las estadounidenses, lo que provocó un serio problema de liquidez en el mercado que aún no se ha superado. Una situación grave de por sí, que ha tenido un elemento que la ha agudizado todavía más: el incesante aumento del precio del barril de petróleo, que ha colocado la inflación en niveles que no se recordaban en muchos años, tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea.

Durante este año, se han sucedido quiebras de entidades financieras, intervenciones de bancos centrales, jornadas de auténtico pánico en los mercados bursátiles, drásticas rebajas de los tipos de interés en Estados Unidos o intentos de múltiples Gobiernos para dar con medidas que aliviaran la situación. Pero el resultado no ha podido ser más desesperanzador. Nadie ha dado con la fórmula mágica y, lo que es más grave, nadie se atreve a pronosticar dónde está el final del túnel. Dos síntomas no sólo de que la situación económica está absolutamente descontrolada, también de que no existe el liderazgo político o una suma de liderazgos con capacidad para reconducir la coyuntura crítica, bien sea presionando sobre el precio del crudo, bien sea exigiendo un completo ejercicio de transparencia al sistema financiero.

La lectura española de este escenario no es más optimista. A los grandes males mundiales, los problemas de liquidez y el desbocado aumento del precio del petróleo, cabe unir el estallido de la burbuja inmobiliaria, cuyo ejemplo más palmario se ha producido esta misma semana con la mayor suspensión de pagos de una empresa española, Martinsa Fadesa.

Detrás de la crisis de la inmobiliaria que preside Fernando Martín se esconden varios de los pecados que ha cometido la economía española en los últimos años. Sobre todo uno: el descontrol del mercado de la vivienda residencial, azuzado por una legislación, especialmente fiscal, muy favorable y por una desaforada carrera de las entidades financieras, salvo contadas excepciones, por ser la que más créditos colocaba. Ello, unido a la ambición de empresarios que querían dar el gran salto cualitativo en sus trayectorias profesionales y/o personales, ha terminado por revelarse como un cóctel altamente nocivo, más si en el camino se produce un estrangulamiento de la liquidez crediticia. Es éste, según destaca el mundo empresarial, uno de los aspectos claves para comenzar a remontar la crisis. Y debe ser el Gobierno, que parece ausente por momentos, el que la dinamice.

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