La inflación deflacionista
Nuño Rodrigo (04-07-2008)
El símil del huracán quizá no sea lo más ajustado para definir los efectos de la crisis crediticia sobre los mercados. Al fin y al cabo, un huracán se sabe por dónde viene y, más o menos, los devastadores efectos que tiene. Pero la combinación de fuerzas que se ciernen sobre los mercados tienen poco de predecible. Ayer, por ejemplo, el Banco Central Europeo subió los tipos de interés para contener la inflación; como consecuencia, y aunque ayer no sucedió así, el dólar tendería a bajar respecto al euro debido a las expectativas sobre el diferencial de tipos. Y, en consecuencia, el petróleo se encarecería, con las consabidas tensiones inflacionistas.
Aunque se trate de un argumento un tanto forzado -se mezclan efectos de largo plazo con movimientos de cortísimo plazo-, sí es cierto que aquella máxima de 'olvídense de todo lo aprendido hasta ahora' se puede aplicar en la situación actual sin miedo a equivocarse. Pocas cosas hay más deflacionistas que una crisis crediticia, que no es sino un proceso continuado de destrucción del dinero por el viejo mecanismo de no prestar un duro ni siquiera a los amigos, y a cambio guardar las monedas en un calcetín. Y ese proceso, poco habitual, convive con un viejo conocido de los economistas, la inflación. Dos monstruos de cómic -el BCE, de hecho, ha editado uno para que los jóvenes europeos repudien la bicha inflacionista- que no suelen aparecer juntos; en teoría son como agua y aceite.
Las comparaciones con la estanflación de los años 70 son un tanto falaces; aquello fue una recesión provocada por episodio de muy alta inflación; esta vez las causas del estancamiento económico deberían contener unos precios que no se han terminado de desbocar. El enfriamiento debería evitar el recalentamiento.
Ahora bien, la teoría no señala que parte del dinero que se ha ido del mercado tradicional se ha ido a las commodities. Ni cuenta que mientras en la Vieja Europa pagamos los platos rotos porque alguien concedió hipotecas a desempleados estadounidenses, en China millones de personas emigran a la ciudad en busca de trabajo en una revolución industrial tan frenética como tardía. La deflación inflacionista suena rechino, pero no sabemos hasta qué punto la globalización obliga a olvidar todo lo aprendido.